Traducido del ruso por Svetlana Shatalova

           Redactor: Josep Maria Corretger

 

EL DIA DE LA MUERTE ES MEJOR QUE EL DIA DEL NACIMIENTO

                                                                      Eclesiastés 7:1

 

Hoy ha sucedido lo que mi protagonista ha estado esperando durante decenios: le han enterrado.

Debo hacer una observación: es la primera vez que escribo sobre Yokubas Yosade utilizando el tiempo pasado. Murió hace tres días, pero me cuesta, hablando de él, decir “era” en lugar de “es”.

Hoy, 12 de noviembre de 1995, ha caído tierra sobre la tapa de su ataúd. Su cara dentro del féretro, como suele ser habitual en los cadáveres, mostraba una tranquilidad absoluta. Es cierto que, a lo largo de su vida, él me hablaba con mucha tranquilidad sobre su propia muerte. Una vez se lo imaginó:

– En el momento de darme la despedida en el cementerio, más de una persona se preguntará: ¿Quién era este Yosade dentro del mundo de las artes? ¿Un crítico literario? ¡Pero si sus artículos hace tiempo que se han olvidado! ¿Un dramaturgo? ¡Pero si los teatros no representan sus obras! ¿Autor de unas cuantas memorias epistolares? ¡Vaya, un cuadernillo! Además, uno queda confundido con su manera de hablar de la gente y de sí mismo…

Se quedó callado un rato. Luego, con una sonrisa pícara, añadió:

– Éste es, querido mío, el preciso momento en que usted sacará a la luz sus apuntes… Le imploro: no haga ningún acopio de elogios, ningún panegírico. Que sea simplemente un relato sobre un tal Yokubas Yosade, un desconocido.

 

UNA EXPLICACION NECESARIA PARA EL LECTOR

 

El planteamiento de mi libro le parecerá extraño: el protagonista se despide de la vida.

No aspiro a ser extravagante. Simplemente escribo sobre lo que a él le preocupaba más que cualquier otra cosa – y que era un sólido eje de nuestras conversaciones.

El día en que nos conocimos, casi enseguida me confesó:

– Me estoy preparando para morir, y esto es quizá lo mejor y lo más serio de todo lo que he estado haciendo durante muchos años.

Yosade me miró inquisitivamente:

– ¿Qué le parece, tengo razón?

Le dije que yo no tenía ninguna duda: prepararse para morir, no tan sólo puede llegar a ser un modo de vida, sino que es capaz de llenar la vida de un sentido real. Y entonces resultará que, como dijo una vez el rey Salomón, el día de la muerte es mejor que el día del nacimiento. Aquí no hay nada de nuevo. Basta con recordar la historia de la religión, la filosofía y la cultura.

Yosade se levantó bruscamente de la butaca y me abrazó:

– Así que, en este asunto, ambos somos cómplices.

De todos modos, un día más tarde, abordó el mismo tema. Aún desconfiaba de mí: ¿No le estarán tomando el pelo? Volvió a preguntarme:

– ¿Usted no ha encontrado a otras personas, escritores incluidos, con el mismo objetivo que el mío?

Me puse a recordar a algunos maestros de la palabra cuyo proceso creativo había estudiado. El poeta y pastor de almas Kristijonas Donelaitis1, mientras se acercaba a la muerte, hacía su trágico diario en las páginas de viejos libros parroquiales. O un chamán siberiano, más tarde convertido en escritor infantil, llevaba siempre consigo un saquito con los huesos de sus antepasados: de vez en cuando, hablaba con sus almas. Otro escritor consagrado, cuya obra me dediqué a estudiar, era Vsévolod Ivánov2. Desconfiando de la realidad soviética, buscaba nuevos caminos en la literatura. Recuerdo su interés atormentador hacia la muerte.

Finalmente, le conté a Yosade el caso rocambolesco de un músico famoso, quien por las noches se metía en un ataúd para dormir: “Así me voy acostumbrando”. ¡No era ningún loco! En lo demás, se comportaba como todo el mundo, e incluso tenía vergüenza de dar a conocer esta “costumbre” suya. Por cierto, tengo mi propia explicación de esa extravagancia. Según parece, estar dentro del ataúd le predisponía a la meditación, al recuerdo de lo eterno. Esto último no se lo dije a Yosade. Sin embargo, él enseguida me dio su propia explicación, que coincidió con la mía, y exclamó:

– ¡Qué hombre tan original, tan genuino!

Así comenzaron nuestras conversaciones. La primera tuvo lugar el 3 de agosto de 1990; la última, unos días antes de su muerte.

 

EL TONO Y EL GÉNERO

 

– ¡He tenido suerte! Comencé a despedirme de la vida hace treinta y dos años. Fue entonces, en 1958, cuando mi corazón se desacompasó. ¿Me entiende usted? ¡Soy un afortunado! Normalmente, el hombre no piensa en la eternidad hasta que no se ve al borde de la muerte.

Es una lástima que no pueda reflejar en el papel ni su acento judío3, ni su imperfecto dominio de la lengua rusa, ni las especiales entonaciones de su voz, que siempre venían de no sé qué profundidades. Quizá la construcción de las frases pueda reflejar mejor su manera de hablar.

Lo que más recuerdo de él son los aspectos físicos, materiales, como sus movimientos; su manera teatral de echar la cabeza para atrás; sus pasos menudos caminando hacia la terraza; sus ojos juveniles y risueños en su rostro arrugado.

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Primero apunto sus monólogos en un cuadernillo normal y corriente. Él entiende cómo es de molesto este trabajo: cuántas páginas se necesitarán para dar cabida a toda una vida. Más tarde, traigo una grabadora, con la que Yosade no se muestra nada incómodo. En cambio, se le ve rebosante de una alegría mal disimulada.

Éste y otros enigmas de Yosade, normalmente los intento descifrar al día siguiente de la entrevista.

Escucho el material registrado. Al mismo tiempo, voy anotando en mi propio diario personal el contenido de nuestras charlas que entablamos a la hora de cenar o paseando. Los últimos tres o cuatro años también mantenemos largas conversaciones por teléfono, que a veces duran horas. En ocasiones es él mismo quien me llama. Me cuenta muchas cosas, sabiendo que todo será apuntado o grabado. Desde el principio no ocultamos que cada uno de nosotros tiene sus propias razones para llevar a cabo estas charlas.

Yosade: “Ya no tengo fuerzas para escribir mi propia autobiografía íntima y espiritual. Que lo que le cuente pueda aparecer, por lo menos, en el libro que usted hará”.

En cuanto a mí, no le oculto el principal objetivo que seguí cuando me trasladé de Rusia a Lituania. Este objetivo deja perplejos a muchos. Sí, he venido aquí para entrevistar a los últimos judíos lituanos y dejar escritas sus vivencias. Ellos, los litvaks 4, atesoran una historia muy rica. Su pasado reciente es trágico: más del 90% de ellos fueron aniquilados durante la Segunda Guerra Mundial5, una cifra casi sin parangón en aquella contienda. En cuanto a la vida de los litvaks en los últimos decenios, está cubierta con un velo de silencio…

“¿Silencio? Sí, sí” – me da la razón Yosade al aludir yo al libro del escritor Elie Wiesel sobre los judíos de la URSS, cuyo título es Los judíos del silencio6.

  • Sí, nuestro silencio está colmado de dolor, sangre, lágrimas, vergüenza… Un silencio que manteníamos delante del mundo, que guardábamos uno frente al otro y con nosotros mismos. Silencio por miedo al KGB, de ser tachado con la etiqueta amenazadora de sionista. Sí, le hablaré sin falta sobre mi silencio, y también sobre cómo empecé a romperlo. No en vano, una de mis obras de teatro tiene un título parecido, El síndrome del silencio.

¿A qué género pertenecen mis apuntes? No es ninguna novedad. Se trata de un diario sin fechas. Éstas aparecen sólo cuando son relevantes para la narración. Además, he alterado premeditadamente el orden cronológico de los apuntes. Claro está que sería interesante sentir el paso de los días. Pero es aún más interesante ver el paso de las ideas, a veces estancadas, a veces saliendo del atolladero.

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…Los pensamientos y la conciencia de una persona que está caminando hacia su muerte: éste es el tema de mi narración. Es lo que define el tono de voz y su trama…

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En mi diario personal, él figura siempre con la primera letra de su apellido. Que quede así también en este libro, en forma de una Y solitaria.

 

ESCENAS DE LA DESPEDIDA   Cuaderno primero

 

EL LABERINTO

Nuestro personaje narra su vida como una larga lista de paradojas. A veces, estas paradojas le divierten, incluso alardea de algunas. Pero mucho más a menudo, las contempla con una triste perplejidad.

– Compare usted cómo ha vivido mi familia y cómo han vivido las familias de otros escritores lituanos. En la mayoría de los casos, verá situaciones muy agitadas: entierros, divorcios, cambios de domicilio, una frecuente falta de dinero… En cambio, nosotros hemos vivido aquí en Vilnius muy tranquilos, en paz y sin penalidades, en el prestigioso barrio de Žvėrynas. No nos han faltado ni bienestar económico, ni muebles de anticuario, ni un buen coche, ni vacaciones en balnearios. Mi esposa, la muy conocida doctora Sideraitė7, es una de las mejores entre los endocrinólogos lituanos. Yo soy un respetable crítico literario y dramaturgo. Nuestros hijos han recibido una buena educación…

Se calló por un momento, y entonces exclamó:

– Pero todo esto es lo externo. ¡La vida interior, la auténtica, llegaba en nuestra familia a una gran ebullición! Tendrá escalofríos cuando sepa la verdad…

La palabra “escalofrío” me hizo recordar el teatro. Pensé: él – un dramaturgo experimentado – construye de esta manera la intriga dentro de nuestras conversaciones.

Muy pronto me percaté de que él, de todos modos, tenía razón. Más aún, su vida no fue una lista de paradojas, sino un camino dentro del laberinto.

 

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EL SÍMBOLO

 

El tema de lo real y lo imaginario en su vida, según Y, surgió hace ochenta años.

“…Soy todo ficción. En mi partida de nacimiento, por ejemplo, no es auténtica la fecha de mi llegada al mundo (15 de agosto de 1911), mientras que en realidad nací el día después del ayuno del día 10 del mes de av 8. ¿Recuerda usted qué significa este día en la historia hebrea? Ha sido una fecha trágica para los judíos de diversas épocas. El día 9 de av fue dictada la sentencia divina sobre los que huyeron de Egipto: nuestros antepasados estuvieron condenados a vagar cuarenta años en el desierto. El día 9 de av fueron destruidos tanto el primero como el segundo templos de Jerusalén. El día 9 de av se produjo la expulsión de los judíos españoles en el siglo XV. Hace poco se me ocurrió si es aproximadamente el 9 de av cuando estalló la Segunda Guerra Mundial9.

¿De dónde, pues, procede esta fecha, el 15 de agosto? Todos los registros de nacimientos que había en mi ciudad, Kalvaría10, tanto los civiles como los del Rabinato, fueron destruidos en la Primera Guerra Mundial. Se quemó todo. “El 15 de agosto”, es lo que dije al secretario cuando preguntó por mi fecha de nacimiento al ingresar en el servicio militar en Lituania, ya que recordaba que el 15 de agosto habían nacido muchos personajes destacados, Napoleón entre ellos”.

Diez años más tarde,supo la fecha real de su nacimiento. “Era el primer día después del 9 de av”, recordó su madre. Y fue a consultarlo al rabino. Éste encontró el calendario judío del año 1911, y resultó que Y era once días mayor de lo que constaba en los documentos…

Yosade acabó su relato de la misma manera como lo había empezado. “Soy todo ficción. No llegué al mundo en un día de fiesta, sino en un día de duelo”. (23 de octubre de 1990)

 

UNA EXPERIENCIA DE AUTOCONOCIMIENTO

 

Su propia vida es tan misteriosa para él como para mí mismo. Y intenta acercarse al “misterio” desde diversos ángulos.

“¿Qué formó mi carácter, mi dimensión espiritual, y a fin de cuentas, mi biografía?”

“Creo que lo más importante es lo siguiente: hasta la edad de doce años, nunca había visto sangre. Nunca. Ni tan sólo sangre de un ave. Incluso no había visto nunca al shójet (el matarife), quien, según la tradición judía, degüella a los animales de una manera especial para que la carne sea comestible según las leyes talmúdicas. No había visto nunca un cadáver.

No sé por qué fue así. En aquellos años, nadie había muerto en nuestra familia, ni tampoco entre los vecinos; quizá me protegían de este tipo de impresiones.

Tampoco había visto un revólver. En nuestra pequeña ciudad había tres o cuatro policías. Cuando éstos caminaban por las calles, tan sólo veíamos los mangos de madera de sus armas sobresaliendo de las fundas.

En el mundo que me rodeaba, el culto reinante no era a la fuerza, sino a la inteligencia.

Yo sabía que si se cernía un conflicto serio entre los judíos, éstos iban a ver al rabino. El rabino no puede enviar a nadie a la cárcel, pero sus decisiones se cumplen sin discusión. En las palabras del rabino, sean las que sean, se aprecia la sabiduría de la Torá, del Talmud y de la Tradición Oral11 (23 de octubre de 1990; 8 de noviembre de 1991).

Todo llega a su debido tiempo. A los trece años, todos los muchachos judíos se convierten normalmente en miembros de pleno derecho de la comunidad. Fue a los doce años cuando Yánkel conoció dos misterios de la vida a la vez: el de la muerte y el del amor.

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Como todos los domingos, llegó a casa una familia amiga de los Yosade. Vivían en un pueblo pequeño y solían venir para hacer unas compras, o simplemente para pasear por la ciudad.

Eran tres hermanos, dos chicas y un chico. Normalmente aparecían a la hora del almuerzo. Pero esta vez no hubo almuerzo. Todos se sentaban ya a la mesa, cuando la hermana mayor, que tenía unos veinticinco años, se levantó del sofá, y al llegar a la mesa, súbitamente se desplomó.

La metieron enseguida en la cama; el diagnóstico médico no ofrecía dudas: era una parálisis. La enferma no podía ser trasladada a ningún otro sitio dada su gravedad. Durante tres días estuvo en la misma habitación donde dormía Yánkel (de hecho, era la cama de su hermana mayor a quien acomodaron en otra habitación, mientras que al muchacho no le pudieron encontrar ningún otro sitio. En casa faltaba espacio para tanta gente, ya que los huéspedes no se habían podido marchar).

Nadie pensaba que la enferma moriría. En cambio, Yánkel no dudaba de ello. Por las noches, escuchaba con atención su respiración ruidosa e intermitente, y se preguntaba si aquello acabaría pronto. Se dormía, se despertaba y volvía a escuchar.

Al cabo de tres noches, la enferma dejó de respirar.

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Y se muestra igualmente interesado por la dimensión sexual de la vida.

Estuvimos hablando sobre cómo se había transformado el amor en el siglo XX. Partiendo de su obra teatral, El Sacrificio, Y reflexiona sobre qué predomina en el amor en nuestro tiempo: lo erótico o lo espiritual. También indaga acerca de la creatividad del amor.

En aquellas mismas noches cuando él, un chico de doce años, sintió la presencia de la muerte, Yánkel percibió también el aliento del amor. En la misma habitación, aparte de la moribunda y él mismo, había dos personas más: la hermana de la enferma, de dieciocho años, y un joven enfermero.

…Juegos amorosos en el suelo… Al principio, el niño los toma por un sueño. Pasados setenta años, todavía sigue preguntándose: ¿La moribunda veía aquellas escenas? ¿Era un sacrilegio, aquel amor? ¿El amor, en general, puede ser un sacrilegio? ¿Qué es el amor?…

Incluso ahora, como a cualquier persona creativa, le inquietan las mismas preguntas de los adolescentes.

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2 de octubre de 1995. Aquella historia tuvo su continuación, inesperada y significativa.

– Justo después de acabar la guerra, al regresar a Kalvaría, fui al cementerio. Antes era grande y hermoso (también acogedor para citas amorosas). Cuando llegué, se había convertido en un terreno de pasto. Apenas quedaban judíos en la ciudad. Las lápidas fueron robadas por la población (un hecho nada excepcional; durante decenios, las lápidas de los cementerios judíos de Lituania serían utilizadas para actividades de construcción). Yo miraba atónito cómo una vaca estaba pastando en medio de las tumbas, en busca de hierba fresca. De repente, vi una lápida: una sola que había sobrevivido de milagro.

Me acerqué. Fácilmente leí el nombre y el apellido: Nejama Krisniánskaya… Así se llamaba la muchacha que murió en mi presencia.

En aquel tiempo, es decir poco que yo no era una persona religiosa: era un ateo convencido. Sin embargo, tuve una intuición: esta coincidencia no era fortuita. Sentí el dedo de Dios, pero no pude, en aquel momento, descifrar aquel símbolo, como tampoco lo puedo hacer ahora.

 

UNA NOTA PARA EL LECTOR

 

Estoy repasando los apuntes de nuestras conversaciones y los fragmentos de mis diarios. Veo que a menudo hay lagunas entre diversos capítulos. Las dejo premeditadamente en el libro. ¿Por qué lo hago? Quiero que el lector encuentre él mismo el hilo conductor. O, si prefiere, que recomponga este libro a su manera. En cuanto a mí, temo ser categórico o parcial en mis juicios. Al fin y al cabo, el propósito de cada vida humana, desde el nacimiento hasta la muerte, tan sólo lo conoce el Creador, porque como se dice en el Talmud, no por voluntad tuya naciste, no por voluntad tuya vives, no por voluntad tuya mueres 12.

 

TEATRO… ¿TEATRO?

EL PALCO. “Así, sólo después de haberme acercado a la muerte, comencé a vivir de verdad. Fue en el año 1985, con el segundo infarto, cuando definitivamente me trasladé al palco”.

¿Qué es el palco? Su significado lo extraigo fácilmente del contexto:

– Me encuentro bien. Estoy en el palco del teatro de la vida. Estoy tranquilo. No necesito atormentarme por nada.

Otra versión:

– Estoy en el palco. Tengo ochenta años. Me otorgo la libertad de hablar de lo que sea con quien sea.

Le recuerdo a Y que “un palco en el teatro de la vida” es un sitio que ha sido preferido por muchos. Por ejemplo, por Pitágoras, que decía que la vida se parece a los juegos: unos llegan a competir, otros a comerciar, y los más felices a contemplar.

– Sí, sí – consiente parcamente Yosade. Pitágoras no le interesa demasiado. Le habría resultado más atractivo si hubiera sido él el descubridor de esta filosofía de vida.

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Me desconcierta un poco que las palabras de Y tengan un deje de autohipnosis. Incluso coinciden las fórmulas: Estoy tranquilo, muy tranquilo, estoy a gusto…

Claro está, su posición en el teatro de la vida no es simplemente cómoda: es la posición más acertada para un escritor. Pero, al mismo tiempo, en su palco entran muchas corrientes de aire. Un hombre que se está confesando en una plaza está indefenso. Y conoce muy bien la sensación del frío y del vacío circundante. La retirada de la vida se percibe como real. Estoy solo. Estoy muy solo. Ésta también es una idea recurrente de nuestras conversaciones.

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Yosade y el teatro. Un tema con muchas variaciones. Lo más evidente: él es dramaturgo, autor de doce obras teatrales. A las personas que le rodean, también a menudo las percibe como a personajes de un drama aún por hacer. Y habla con sus personajes. También habla en su nombre. Finalmente, Y  es teatral por su misma naturaleza: le gusta compenetrarse con las nuevas circunstancias ofrecidas por la trama.

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LOS MITOS. Primero Y  los crea, y luego vive feliz en ellos.

Nada más conocernos, me comunicó con aire confiado:

– Ya no necesito nada de la vida. Soy rico. Soy muy rico. ¿A que no sabe usted cuánto dinero tengo ahora depositado en la caja de ahorros? – Me encojo de hombros. Él me contesta como si ello le causara asombro a sí mismo:

– ¡Cuarenta y ocho mil! ¿Para qué necesito tanto? Me puedo comprar todo lo que quiera. Pero es que ahora quiero tan poquitas cosas…

Viendo en mis ojos una pregunta implícita, me aclara:

– Todo esto proviene de mis honorarios.

Aquí me comienzan a asaltar ciertas dudas. Sé perfectamente cómo habrían sido de “cuantiosos” los honorarios de un dramaturgo cuyas obras fueron representadas tan sólo en dos o tres teatros de Lituania, o lo que son las ganancias de un literato que ha publicado dos colecciones de piezas, un libro de artículos críticos, y otro de prosa. Además, hace ya un cuarto de siglo que Y no tiene ningún empleo fijo… Sin embargo, acepto con alegría la versión de su riqueza. Normalmente, la gente suele hacer al revés, atribuyéndose estrecheces económicas.

Son muchos a los que Y ha hablado de sus riquezas. Incluso suele ofrecer al huésped que abra las puertas de sus armarios:

– ¡Ábralas, por favor, mire, ya verá qué cosas tan valiosas guardo aquí!

En realidad, la suma de sus depósitos en la caja de ahorros es cuarenta veces menos de lo que asegura. Primero me lo confiesa la doctora Sideraitė, y más tarde, en 1994, el mismo Y.

¿Le gusta el papel de hombre rico? Sin duda. Puede que le haya gustado desde el tiempo de su infancia. Incluso hablando de su padre, propietario de una fábrica, Y le hace mucho más rico de lo que fue en realidad.

O quizá le parece que, de esta manera, hace resaltar más su credo de hoy: “No necesito nada de la vida”.

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CONVERSACIÓN CON CRISTO (11 de noviembre de 1992)

–…He estado dos horas hablando con Cristo. Escribía un monólogo para mi pieza.

Quiero que me lo aclare:

– ¿De qué conversaban, exactamente?

– Pero si usted ya me conoce, adivine entonces…

– Supongo que de qué es más duro: amar o ser amado, pedir perdón o recibirlo.

– Usted ha acertado, casi. Hablábamos de si, en general, se necesita el amor, si el amor puede cambiar a la persona. De si no se había equivocado Cristo poniendo el amor en el centro de su doctrina.

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No sé si en su archivo hay algún apunte con la siguiente definición de su propia vocación:

“LA DRAMATURGIA ES LA ESENCIA DE MI VIDA. En ella, me he encontrado a mí mismo. Todo mi ser se ha disuelto en ella. El diálogo es, para mí, un modo universal de ser. Desgraciadamente, encontré tarde mi verdadera vocación. Y de hecho, nunca fui un dramaturgo soviético de verdad. Por eso, tuve que ingeniármelas para hablar con el espectador por medio de alusiones. A veces, esto incluso mejoraba la pieza. Aunque no siempre”. (De una conversación mientras cenábamos, el 15 de noviembre de 1992).

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Él me confiesa que, a menudo, hace una especie de “guión” de sus relaciones con una u otra persona. En estos guiones suele haber muchos giros inesperados (“así es más interesante”).

De vez en cuando pienso: ¿Y a mí, qué es lo que me aguarda en sus planes?

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No dudo de que él preferiría vivir muchas vidas, y todas de manera diferente. ¿No es éste, definitivamente, el objetivo de su teatro, interpretado por un solo actor?

Una noche, cuando llego a su casa (el 12 de diciembre de 1991), le veo con un fotógrafo que tiene que hacer una serie de fotos suyas para una revista.

Sobre un mantel de terciopelo, encima de una bella mesita antigua, hay un grueso álbum de fotos. ¿Para qué hay que volver a ver todo esto ahora?

“¿No lo entiende usted? Para que no haya repeticiones. ¿Y si una u otra pose ya ha sido utilizada antes? ¡Me gusta hacer de guionista con el fotógrafo!”

Y ahora, los tres estamos hojeando las páginas del álbum…

En esta foto, los ojos de Y están llenos de ironía. Dos sombras atraviesan su frente. ¿Qué son estas sombras? ¿El diablo? ¿Y a quién tienta? ¿A su segundo yo?

El abuelo y la nieta. Él es todo bondad. Una foto rebosante de dulzura.

Años cincuenta. Y en su escritorio, todavía con una cabellera abundante, apuesto y lleno de optimismo. Un escritor soviético preocupado por los problemas del realismo socialista 13.

El mercado principal de la ciudad, también un símbolo de la humanidad. Un hombre que se ha parado súbitamente, en medio de una multitud apresurada. En una mano sostiene el bastón, y en la otra, un sobre grande. Y mucha fruta variada en segundo plano.

Con guerrera de soldado en el frente. Los ojos entornados contienen la pregunta “¿qué hay allá, más adelante?”

Una exposición de pintura. ¡Los cuadros de los artistas podrían ser los decorados en la obra de su propia vida!

Y con su esposa. Una pareja feliz. Ella tiene cincuenta años, y él, sesenta. Él ríe a carcajadas, echando la cabeza hacia atrás.

Con una cucharilla está vaciando un huevo pasado por agua, con aire pensativo. En el reverso de la foto hay una inscripción hecha en noviembre de 1977. “¿Qué fue antes, el huevo o yo?”

Las fotos son muy numerosas, y cada una es como si fuera la puesta en escena de un nuevo espectáculo. Y se prueba una nueva máscara, entrando fácilmente en su nuevo papel.

¿Pero, a fin de cuentas, dónde está él, el auténtico? ¿Dónde está su propia cara?

Se lo digo al comenzar una conversación con micrófono. Y no se muestra nada ofendido. “¿Dónde está mi cara auténtica? ¡Vaya pregunta! Ni yo mismo lo sé. Aún me estoy buscando a mí mismo. Incluso ahora, poco antes de morir.”

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Su “teatralidad”, su inclinación a hacer mistificaciones irrita a muchos judíos lituanos. Y es consciente de su actitud y la demuestra en nuestra conversación con bastante claridad:

– ¿Teatro? ¿Qué clase de teatro puede haber para un judío lituano? ¿Qué obra puede haber, sino una tragedia? Aquí cerca está el bosque de Ponar14… ¿Y qué es Yosade? No es más que un viejo bufón.

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Y ME LEE EL TELEGRAMA que acaba de enviar al teatro de Panevėžys15 en relación con la muerte del famoso director Juozas Miltinis16: Aún en vida, él se convirtió en una leyenda. Y las leyendas no mueren. Miltinis está vivo. Vivo. Yosade.

Claro que es banal. Un poco menos banal es la repetición “Vivo. Vivo”. Aunque parece que el autor del telegrama se lo repite obstinadamente a sí mismo, “estoy vivo, vivo”.

Luego, Y me cuenta, como otras tantas veces, detalles sobre Miltinis. Su primer encuentro en una cafetería. “Le confié la idea de un relato mío. Él enseguida exclamó: ¡Pero si aquí ya tiene un guion para una obra de teatro! Venga a verme a Panevėžys, y le enseñaré cómo se compone un drama”. La llegada de Y a su casa. “Cuando me abrió la puerta, me quedé de una pieza: llevaba un viejo batín, y en la cabeza, un turbante hecho con una toalla. ¿Es que no me esperaba, a mí? ¡Pero si he llegado a tiempo! ¿O puede que, al contrario, me haya esperado? ¿Y que se haya puesto premeditadamente un batín, en lugar de la chaqueta de terciopelo que le hubiera correspondido llevar al famoso director de teatro, por su posición social?”

Este hecho de “probarse” un papel en la vida es, sin duda, propio del mismo Y.

“Más tarde Miltinis, al igual que yo, ocupó su puesto en el palco”.

Y  se calla de repente. Seguramente habrá recordado que en el teatro, al igual que en la vida, el telón cae tarde o temprano. (15 de julio de 1994)

 

“UN ENEMIGO EMPEDERNIDO DE LOS SECRETOS”

 

¿Observador? ¿Curioso? ¿Cuál es la manera más exacta de denominar este rasgo que Y tiene tan hipertrofiado?

Me pide interminables detalles sobre gente que conoce, e incluso a quien no conoce en absoluto. Sobre mi hija a la cual nunca ha visto. Sobre el ex-marido de J. (“Usted había dicho que es comerciante. ¿Qué esperanzas mantiene él en los tiempos que corren?”). Sobre las actividades cotidianas de Z. Sobre las novelas de S., con quién tan sólo ha hablado por teléfono. ¿Cómo dispone mentalmente Y todas estas figuras humanas?

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Es por eso que, a diferencia de la mayoría de escritores, a Y no le gusta  sólo hablar, también le gusta escuchar.

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Un día de otoño, paseamos cerca de su casa por las callejuelas que Y ha recorrido de cabo a rabo durante decenios. Aquí conoce a casi todo el mundo. Sabe: quién trabaja y dónde, quién y cómo estafa a los otros, quién se acuesta con quién… Le digo que el escritor soviético Isak Bábel17 a menudo se preguntaba qué había dentro del bolso femenino. – “¡Cuánta razón tenía! ¡Qué misterios se pueden descubrir allí!”

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Al igual que un bibliófilo que busca un libro raro, Y puede estar meses en busca de una u otra persona. Por ejemplo, durante unos cuantos años pronuncia el nombre de una mujer joven: “¿Cómo y dónde la podría encontrar? ¡Es tan importante para mí!”

Ella es lituana de una familia católica. Se ha convertido definitivamente al judaísmo, y observa rigurosamente las prescripciones de la tradición. Aprendió primero la lengua yídish y luego el hebreo. Ha trabajado en archivos y bibliotecas indagando los destinos de los intelectuales judíos de la Lituania de preguerra… Pero a Y le preocupa el propio destino de la muchacha, el cual desconoce.

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Eso es lo que Y dice de sí mismo, y no de un personaje teatral: “…Soy un enemigo empedernido de los secretos. Así es mi manera de ser. Apenas me encuentro con un secreto, me entran unas ganas incontenibles de conocerlo”.

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Recordando a personas concretas, Y casi nunca utiliza características negativas. “Me gusta – no me gusta. No es sobre lo que yo debería reflexionar. Sea cuál sea mi actitud, el mundo no cambiará”.

A la gente, Y la encuentra muy interesante o… medianamente interesante. ¡La gente nada interesante no existe!

Otra cosa es si Y desea tener contacto con una persona determinada. Dice que en un cuarto de hora puede ver si tiene delante de él a una personalidad o no. No intimará con figuras encerradas en estereotipos. (“¡Odio a la multitud desde pequeño!”). Sin embargo, siempre intenta estudiar a un “representante de la multitud”. (“Quisiera ver por dentro el alma de todo el mundo”).

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Otra vez, esa curiosidad:

– ¡Qué persona tan interesante! Ha estado casado cuatro veces. Cada nueva esposa se parece a la anterior, sólo que es menos bonita…

¿Hay ironía en sus palabras? Nada de eso. Seguramente a Y le interesa aquello que está callando ahora: la predeterminación de lo que elegimos, o el destino.

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Pone en duda la existencia de algunas cualidades humanas: “No lo sé. No me he encontrado con esto. Por ejemplo, el heroísmo.

He estado en el frente, pero nunca he visto heroísmo. ¿Sabe usted? Mucha gente ha sido sincera conmigo, también en las trincheras. Por la noche, solíamos hablar de asuntos íntimos. He oído decir: ¡no quiero entregar mi vida! Pero nunca nadie habló de heroísmo o patriotismo.

Veía otra cosa: que todos querían vivir, todos tenían miedo a la muerte.

Veía que, en el frente, muchos no podían soportar la tensión nerviosa. A la mayoría de aquéllos que eran los primeros en levantarse para ir al ataque, y yo les conocía bien, les pasaba precisamente eso. No es que fueran héroes o acendrados patriotas. Llega la orden, ¡adelante!, y entonces ya no se piensa en nada más. Simplemente, hay situaciones en las que no se puede actuar de otra manera.

En cambio, creo que un héroe es aquél que se comporta estando convencido de lo que hace.”

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Al leer yo uno de los diálogos de su pieza Un salto a lo desconocido, él me dice lo que yo mismo acabo de pensar: “Sí, claro, éste es mi método habitual de estudiar a la persona”.

JULIUS… Me he dado cuenta con qué detenimiento mira usted cada uno de mis movimientos: mi manera de cruzar las piernas, mi forma de apoyarme en el respaldo del sillón, o incluso de dejar pasar el humo a través de la nariz y boca… Me hace produce carne de gallina.

SAKALAS. No hay nada malo en esto. Soy observador. De quién lo he heredado, no tengo ni idea.

JULIUS. …Usted crea intencionadamente situaciones que hacen que me comporte con Birutė de una manera, con la esposa de usted de otra manera, y aún de manera diferente con Salomé. Cuando el experimento no llega a confirmar su teoría genética, usted crea una nueva colisión, y pasa al experimento siguiente. Siempre me siento como si me estuvieran dando vueltas, manoseándome y estrujándome en una probeta de laboratorio.

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5 y 6 de noviembre de 1990. “Estuve adentrándome mucho tiempo en el arte de la observación. Antes era como todo el mundo. La gente, a pesar de tener curiosidad, no se fija en muchas cosas. Miran y no ven.

En mi juventud, durante más de un año, estuve visitando a una familia judía. Esta familia traficaba con cocaína, incluso estando yo allí. Sin embargo, no me daba cuenta de ello.

En aquel tiempo, trabajaba para un diario en Kaunas18. Siendo mi sueldo escaso, impartía diariamente unas cuantas clases.

Llegaba a aquella casa a las tres de la tarde, y pasaba cierto tiempo en el comedor esperando que me invitaran a almorzar, ya que el almuerzo era parte de mis honorarios. Normalmente, había gente sentada a mi lado en el sofá. La mayoría no eran judíos, sino personajes importantes o funcionarios del Estado. A mí no me hacían ningún caso: “¡Ah, si es el profesor!” Estos encuentros en el comedor eran lo que menos me preocupaba. Me interesaba mucho más mi alumna de quince años. Después del almuerzo, estudiábamos matemáticas, pero sus redondeadas rodillas no me dejaban concentrarme.

Tuvieron que pasar bastantes meses antes de que se me ocurriera preguntar a la muchacha sobre aquellos extraños visitantes. Me respondió con toda naturalidad, ya que en esta familia nadie se sentía cohibido conmigo: – Vienen a nuestra casa para fumar. Mamá les da algo que les hace sentirse bien”.

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Un diálogo nuestro (3 de setiembre de 1990). Y:

– Una vecina mía, una mujer aún joven, me ha confesado que antes se acostaba con su padre, cuando éste no era tan mayor.

– ¿Qué le preguntó usted?

– Qué conversaciones tenían en la cama.

– ¿Y qué le contó?

  • No lo recuerda. No recuerda nada. O quizá ellos callaban. Para poder conversar en una situación semejante, se necesita estar totalmente libre de moral, más bien tener otro tipo de moral.

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… Ha pasado ya medio siglo, pero a Y le interesa cada vez más una doctora de la ciudad de Taldý-Kurgán19. Ocurrió en tiempos de la guerra. Y era un refugiado en Kazakstán, territorio de la Unión Soviética no ocupado por los nazis. Él fue para una consulta médica al ambulatorio, después de lo cual la doctora denunció a su paciente al NKVD20.

“… Era una mujer muy bonita, una verdadera belleza rusa. Me tomó el pulso, me auscultó el corazón, me miró la garganta. Me preguntó algo. Mi acento y mi lengua rusa mal hablada (ya que nunca la había estudiado) provocaron sus preguntas:

– ¿De dónde es usted? ¿De Lituania? ¿Y dónde está eso?

Le expliqué que no estaba muy lejos de la frontera alemana.

– ¿Así que usted conoce a los alemanes?

– Claro está, y muy bien. En nuestra pequeña ciudad vivían muchos alemanes. Incluso mi mejor amigo de la juventud era alemán.

– ¿Entonces qué clase de gente son?

– Trate de recordar usted misma. Los alemanes dieron al mundo a Kant, Beethoven, Bach. Pero llegó Hitler, y…”

Luego, ella le untó la garganta con una pomada y le hizo unas recetas… Al salir de la consulta, Y se dirigió a la cantina donde pidió un plato de borsch. Al sentarse a la mesa, vio a un hombre en la puerta. Éste hizo a Y una señal con el dedo: “Sígueme…”

Ahora que ha pasado medio siglo, Y lo recuerda condescendiente:

–… Con toda probabilidad, aquella doctora era una buena mujer rusa, una patriota. Seguramente estaba orgullosa de haber cumplido con su deber, y de esta manera haber ayudado al frente y acercado la victoria.

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¿Es interesante Y para sí mismo? ¡Por supuesto! Sobre todo en momentos de crisis o perplejidad. O en los momentos cruciales de cambios personales.

10 de diciembre de 1990. Nuestra conversación comienza con una pregunta suya:

– Usted me preguntaba cuál era mi auténtica cara.

Esto se refiere al cambio de posturas en las fotos, al cambio de los “papeles”, del eterno “juego”. Él prosigue:

– La esencia del individuo viene de Dios, pero el problema es que el hombre no se conoce a sí mismo. Para sí mismo es como un pequeño cofre cerrado. A lo largo de la vida siempre tendrá ganas de abrirlo. Y entender quién soy yo. Así el hombre va buscándose a sí mismo y va desarrollándose y modelándose.

– Pero quizá, al mismo tiempo, aniquilándose.

– También puede ser. No sabe en qué dirección ir. Va buscando.

– Hay que escucharse a sí mismo.

– Sin falta. Pero no todos saben hacerlo. A primera vista, puede parecer que yo lo tengo más fácil. Escribo una pieza en la que aparece una decena de personajes. Les voy escudriñando, buscando su cara. Y al mismo tiempo busco la mía… ¿Las fotos? Son pruebas. Puede que sea auténtica aquélla, o puede que lo sea aquella otra, o ésta, quién sabe. Lo ignoro.

– ¡Pero si esas fotos son tan distantes una de otra!

– Bueno. Es como si yo estuviera en una jungla, perdido. Es un proceso trágico buscarse a sí mismo.

Él es consciente de que la existencia humana está formada por muchas caras y muchos niveles. Por eso añade: si una sola foto fuera la auténtica, el retrato sería demasiado insignificante. Exteriormente quizá parecería que mi naturaleza tiene un carácter firme y definitivo: “¡Mira, yo soy así!”. Pero esto sería un engaño.

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Es con este tipo de interés hacia el ser humano que uno se convierte en escritor. Diré más: un escritor de verdad. Pero Y casi no ha tenido tiempo de plasmar sus observaciones en el papel. O tal vez, durante mucho tiempo no se  ha atrevido a hacerlo.

 

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