EL REGRESO

 

“Y ahora me pasa lo que sucede a todo el mundo en este caso. Al acercarse el momento de morir, el hombre vuelve a la infancia. El resto se va alejando, se va haciendo más distante. El ser humano vuelve a ser pequeño y solitario, quedándose a solas con el mundo.”

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“Vivimos en un shtetl 21, una pequeña ciudad: una familia normal, con  cuatro hijos (tres hermanas y yo, el mayor). Una de las hermanas marcha en 1934 a Palestina22, a construir el estado hebreo. Se va con un rastrillo y una pala. (Sigue viviendo allí hoy en día). En cuanto a mis dos hermanas pequeñas, fueron fusiladas al principio de la guerra, al igual que nuestros padres.

Mi padre se llama Moishe, es decir, Moisés; mi madre se llama Feigl, que en yídish significa “ave”. En efecto, se parece a un ave: es tan enérgica que no camina, sino vuela. Soy igualito a ella. En el shtetl todos saben que mi madre es la mar de inteligente. Es ella quien lleva todos los asuntos de nuestra familia, no sólo en casa, sino también en la fábrica”…

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No ha podido ser. Habíamos querido ir los dos a Kalvaría, para mirar a los ojos de las casas de su infancia. Para recordar las voces, los olores, los cuentos. Caí enfermo. Y él se fue con su hijo Yósif23. Luego tenía miedo de preguntárselo. Él callaba. “Sí, fue muy interesante. Pero todo ha cambiado…”

Según parece, el viaje desilusionó a Y. Había estado seguro que a pocas horas de la capital aún existía el mundo de su infancia. Pero resultó que el pasado sólo se conservaba dentro de sí mismo: sus casas y callejuelas, los olores de la cena festiva del Sábat, las mujeres de su infancia, el viejo puente bajo el cual se citaba con chicas, sus vanidosas esperanzas, los tenues susurros de las noches de verano…

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Y vuelve al tema de Kalvaría explicándome su plan para una exposición en el Museo Judío, en Vilnius. En este plan, de nuevo adivino unas obras en prosa que él nunca llegó a escribir.

Hay que hallar la manera de recrear en las salas del museo algunas calles de este shtetl en el pasado. No se trata sólo de etnografía. Hay que transmitir el ritmo de aquella vida desaparecida, caída en el olvido y en el silencio. La sinagoga. Las tiendas. La escuela primaria hebrea, unas cuantas casas. Una boda judía; la circuncisión del recién nacido, el sagrado rito que simboliza la unión del Pueblo con Dios.

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Y está contento con mi pregunta: ¿Por qué este proyecto? Enseguida me construye una lista de razones.

“En Europa Oriental, los litvaks siempre habían sido la quintaesencia de lo que significaba ser judío. En su región, que no se limitaba tan sólo a Lituania, sino que también incluía ciertas regiones de Bielorrusia y de Polonia, crearon un mundo absolutamente peculiar. Y lo conservaron hasta el día en que ellos mismos fueron casi totalmente aniquilados.

Los litvaks no sucumbieron a los vientos de la asimilación que barrieron a otros países de Europa y América. Año tras año, siglo tras siglo, los litvaks vivían en sus ciudades y villas como si hubieran estado viviendo allí desde tiempos inmemoriales, de acuerdo con las leyes no escritas del Kahal 24…”

Sé que la última aseveración de Y tiene un punto de exageración: su propia vida es una buena muestra de ello. Sin embargo, no lo discuto; sólo quiero precisar:

– ¿Por qué en el museo hay que recrear precisamente un trocito de Kalvaría?

– ¡Pero si este shtetl era el corazón de la Lituania judía!

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“Se necesitan estadísticas – insiste él. – Hace falta que los visitantes del museo sientan el ritmo de la vida cotidiana: el número de bodas, nacimientos, divorcios. El colorido, el alma y el latido de su modo de vivir: muebles, trajes, libros, diarios, la guía de teléfonos, canciones…”

Le digo que así están construidos muchos museos judíos del mundo.

Él quiere discutir. ¡Cómo le desagrada oír esto! ¿Cómo se puede comparar el Museo Judío de Vilnius, ciudad que por alguna razón en el pasado fue llamada la Jerusalén de Lituania, con otros museos? ¿Cómo se puede poner su Kalvarie judía al mismo nivel de otros shtetl? ¿Cómo se puede poner la propia idea de Y al mismo nivel de las ideas de otros?

 

LA SOMBRA DE FREUD

 

Quiero referirme a Freud, aunque no por razones banales de la moda.

Y habla a menudo de Freud (Schopenhauer, Nietzsche, Stefan Zweig, Feuchtwanger, Dostoievski también han sido para él unos símbolos importantes).

Intencionadamente, Y trae a la luz ciertos episodios de su vida. Quiere ahondar en lo más recóndito de su propio carácter, para entender lo eterno: ¿Qué soy?

De lo que me contó de su infancia y juventud, hay un episodio que siempre vuelvo a recordar. Es significativo. Parece un fragmento de película.

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…El negocio paterno ha quebrado. La fábrica está a punto de ser embargada. Yákov se ha enterado de ello e, indagando en su interior, descubre que no siente desesperación, ni tan sólo emoción. Únicamente una leve compasión por su padre, mezclada con desprecio. Éste pasa horas y horas al lado de la doble ventana, mirando cómo una mosca atrapada allí lucha desesperadamente por salir, mostrándose incapaz de escapar de su fatal destino.

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Normalmente, Y habla de su padre con tranquilidad, pero siempre con cierto distanciamiento. Ahora (23 de octubre de 1990) me explica la causa de este distanciamiento, al cual llegó al cabo de mucho tiempo y esfuerzo. “Yo tenía entre ocho y diez años cuando comencé a percibir la tensa atmósfera que reinaba en nuestra casa. Ello se debía a la relación que había entre mis padres. ¿De qué se trataba? Claro está, no era capaz de entenderlo”.

Él observaba, aguzaba el oído, confrontaba los detalles (“Una excelente escuela de análisis psicológico para un futuro escritor”). Finalmente, averiguó: la culpa de todo la tenía una mujer.

Se llamaba Eva. Antes era la empleada del servicio doméstico en su casa. Más tarde pasó a trabajar en la fábrica. A Y, desde su infancia, le quedó grabada en la memoria su cara, bella y expresiva, y su aspecto lozano, que personificaba la feminidad.

En su familia no había calor ni armonía.

“Muy temprano comencé a pensar: ¿Cómo se puede superar esto? A menudo, no veía más que una solución: matar a mi padre. A aquél que había traicionado a su mujer e hijos.

Entonces tenía entre diez y doce años. Percibía a mi padre como a un enemigo. Me imaginaba el cuadro: ahora va a casa de Eva, y muchos habitantes de la ciudad le están espiando desde sus ventanas… También intenté imaginarme mi acto de venganza. Sin embargo, cada vez me horrorizaba más mi propio plan. Finalmente lo entendí: ¡No, a mi padre no le podré matar!

Recuerdo cómo en la cocina hurté un gran cuchillo, que servía, según parece, para despedazar la carne. Me dije: con este cuchillo la mataré a ella.

Cada día yo sacaba el cuchillo y acariciaba la afilada hoja con voluptuosidad. Hasta que tomé una nueva decisión: sí, tengo que matar a Eva, pero no físicamente, sino con palabras. Así que un día me dirigí a su casa. En aquel tiempo, yo ya tenía dieciocho años, y Eva, cerca de cuarenta (hace poco me he enterado de que todos los protagonistas de este triángulo amoroso, mi padre, mi madre y Eva, nacieron en 1888).

El otoño estaba ya muy avanzado. Llovía. En nuestra casa había velas encendidas: era el Sábat. Después de la cena festiva salí a la oscura calle.

Recuerdo bien el momento en que Eva me abrió la puerta. Estuvimos varios minutos frente a frente, callados y muy desconcertados. Luego entré en la habitación. Tomé asiento.

En aquella época me consideraba con el derecho de juzgar a otros. De  manera tajante y categórica le dije:

– A partir de mañana, usted tiene que abandonar la fábrica. Búsquese otro empleo.

Ella volvió en sí:

– Eres todavía un mocoso. ¿Por qué me indicas cómo debo vivir?

Abrió la puerta de par en par:

– ¡Fuera de aquí!

Me quedé sentado en la silla. Le dije que, de ahora en adelante, su vida corría peligro. Que nunca le perdonaría las desgracias de nuestra familia”.

La mujer empieza a llorar. Él observa su habitación pobremente amueblada, sin comodidades. Escucha en medio de sollozos la historia de su  vida. ¿Cómo y dónde encontrará mañana un empleo? Está sola, no tiene a nadie. Para ella, la fábrica lo es todo. Trabaja muy bien, ayudando a su padre, casi como si fuera la directora, controlando a los trabajadores, vigilando que no roben nada, protegiendo a su manera a su padre y los bienes de toda la familia.

Ahora es el muchacho quien llora. Aduce sus razones: él es más infeliz que ella. Eva no sabe nada de lo que sucede en casa, cómo sufre la madre, cómo sufren todos. Ella se pone a tranquilizarlo, a acariciarle la cabeza. No tiene hijos; puede que le parezca que es su mismo hijo quien ha venido a verla para contarle sus penas. Le acomoda en su regazo, y le acaricia la cabeza como a un niño. Le da besos: “Bueno, bueno, pequeño, tranquilízate, de alguna manera todo se arreglará…”

Los besos de él. Primero, besos de hijo. Luego: él siente que está besando a una bella mujer. Luego…

Y se interrumpe a sí mismo: – ¿Sabe usted por qué le estoy contando todo esto? Mi pieza El sacrificio parte de este recuerdo.

Su romance duró un mes o mes y medio. Cada día, al anochecer, iba a casa de Eva.

Le pregunto a Y: ¿Y su padre, qué? – “En aquel tiempo no pensábamos en él, aunque… supongo que sus relaciones también continuaban, de día”.

Nadie se enteró de nada. Pero, de repente, Yánkel despertó a la realidad: no podía permanecer en casa.

– Usted no se imagina lo que me pasaba cuando veía a mi padre. Al final marché a Kaunas. Fue una huida. Según parece, a partir de aquel día comencé una vida nueva.

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La pieza El sacrificio, a la cual ha aludido Y, trata el tema del arte relacionado con el antiguo tema del incesto. Nuestras discusiones (octubre y noviembre de 1990) se refieren a ello. En la pieza, un famoso escultor trabaja apasionadamente en su nueva obra; su hija, gravemente enferma, necesita el trasplante de un riñón. Implora a su padre que sacrifique por ella su propio riñón, y casi sin darse cuenta de lo que hace, le seduce. El final de la obra expone la tragedia de la esposa del escultor, quien de repente se entera de todo y enloquece.

Le digo a Y que, trabajando este tema, se puede conseguir una gran tragedia o caer en el abismo de la trivialidad.

 

UNOS FRAGMENTOS DE SU VIDA

 

– Bien, comencemos – dice él.

Pulso el botón de la grabadora, y veo cómo se le iluminan los ojos. No en vano, los filósofos orientales creen que el hombre vive de verdad sólo en sus recuerdos. (18 de agosto de 1990)

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EL PROFETA. Es lo que el escritor, tarde o temprano, tiene conciencia de ser. De camino hacia la muerte, Y también hace predicciones con bastante frecuencia. Lo que le diferencia del profeta es la ausencia de una postura hierática.

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SUS VALORACIONES DE LA SITUACIÓN POLÍTICA DE LITUANIA SON EXTRAÑAS. ¿Pero, puede que lo sean sólo a primera vista?

No escatima alabanzas a Landsbergis – “Un verdadero líder de la nación”, y luego aprecia a su contrincante, Brazauskas: “Lituania necesita su solidez y ausencia de extremismos”. Cuando le recuerdo su opinión anterior, no queda confundido:

– Todo es correcto. Cada uno tiene sus puntos fuertes. Pero lo que importa más no es esto. Lituania encontrará su propio camino. No tiene ninguna importancia quién esté en el poder. Tengo fe en el carácter de los lituanos. Les gusta hacer las cosas sin prisa. Pero, una vez que han entendido adónde hay que ir, ya no se apartarán de su objetivo.

En general, Y no tiene ganas de hablar de política.

– Escucho las Últimas noticias una vez al día, por la mañana. Mientras me afeito, enciendo la radio. Durante unos diez minutos, me llega el ruido del mundo. Ahora pienso: ¿diez minutos no es demasiado?

 

EL HILO DEL MIEDO (23 de octubre de 1990)

  • Despidiéndome de la vida, quiero limpiarme, deshacerme de muchas cosas. Quiero contarle aquello que durante tanto tiempo he guardado dentro de mí.

De todos modos, Y tarda algún tiempo en pronunciar esta palabra: miedo. Luego, el tema del miedo aflorará en muchas de nuestras conversaciones. Y veremos que es precisamente el miedo lo que amalgama con fuerza decenios enteros de su vida.

Hoy es el primer día en que abordamos esta cuestión – según parece, por casualidad. Y me pregunta mientras tomamos café:

– ¿Sobre qué tema usted no llegó a escribir viviendo en Rusia, aunque hubiera querido hacerlo?

No tardo mucho en darle la respuesta:

– Pues, claro está, sobre el sorprendente papel del miedo en la conciencia creativa del escritor soviético –. Como siempre, Y intenta aplicarse a sí mismo lo que ha oído: – Chéjov insistía en expulsar, día tras día, al esclavo que todos nosotros albergamos dentro. En cuanto a mí, durante estos treinta años que llevo despidiéndome de la vida, he estado expulsando el miedo que habita dentro de mí. Hace poco escribí una carta sobre este tema a una conocida poetisa judía, Dora Teitelboim25. En la carta me refería a lo que sucedió durante nuestro encuentro en Israel, precisamente bajo la presión del miedo.

Interrumpo a Y, y le sugiero que retroceda varios decenios, para estudiar este tema desde el inicio. Así grabamos los recuerdos sobre sus primeros miedos, que ya parecían estar superados.

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“…Tengo entre trece y quince años, no lo recuerdo exactamente. Un día, cuando salgo a la calle con un compañero, éste señala con el dedo a cierto hombre. – ¿Le ves? En cualquier momento podría detenerte. – ¿Quién? – Pues él.

De golpe se me abren los ojos. ¿Cómo es que no me había fijado antes? Este tipo destaca sobremanera entre los habitantes de nuestra ciudad. Y todos saben en qué se ocupa. ¡Policía secreta! Sombrero hongo negro, traje severo, negro también, que viste tanto en verano como en invierno. Y quizá por eso destaca su cara, pálida en extremo.

 

Es nuestro primer encuentro. Luego siempre me fijaré en él, percibiéndole incluso de lejos.

Año 1926. Ya tengo quince años. En Lituania se produce un golpe de estado, que lleva al poder a Smėtona26, apoyado por el ejército. En una sola noche, en nuestra ciudad arrestan a cinco o seis personas. ¿Por qué? Simplemente, por sus convicciones. Todos son socialistas; ninguno de ellos ha hecho nada ilegal todavía, pero sus ideas no agradan a aquellos que ahora dirigen el estado. Desde aquel tiempo comienzan a incomodarme las dudas: ¡¿Se puede arrestar a alguien por lo que piensa?! Y además, ¿puede ser que alguien lea nuestros pensamientos?

¡Claro que temo por mí mismo! Ya me he familiarizado con diversas teorías sociales y con las obras de algunos filósofos, economistas y periodistas de diversas tendencias. ¿Y si resulta que yo tampoco pienso de la manera permitida? ¿Puede ser que a mí también me arresten?

A partir de ahora, siempre que veo al hombre de negro, cambio de acera. ¿Y si él también me lee los pensamientos? Le evito, pero al mismo tiempo quiero encontrarle. Me siento como atraído hacia él por una fuerza desconocida. Un día me decido a seguirle.

Él entra en una barbería. Yo también. Me siento a su lado, dominado por una gran tensión. Le invitan a acomodarse en el sillón. Mirando al espejo, está observando a todos los presentes en la sala. Por fin me mira a mí, y lo hace de una manera especial, penetrante.

Esta escena me ha quedado grabada en la memoria para siempre. Quizá inconscientemente, en aquel momento ya me estaba preparando para ser escritor; quería entender el mecanismo del mal.”

– ¿No es aquí dónde se originan sus miedos, que se asociarán luego con el organismo soviético representado sucesivamente con las abreviaturas NKVD, MGB y KGB 27?

– Esto es lo que le iba a decir. Es de aquí de dónde parte una línea especial de mi vida espiritual. Sabe usted, cada vez que paso por delante del siniestro edificio de la Seguridad Estatal, aquí en Vilnius, por mucha prisa que tenga siempre me detengo y le echo un breve vistazo. ¿Por qué? Porque soy culpable: todavía pienso de una manera, a su parecer inadecuada.

Todavía les tengo miedo.

 

SUEÑOS

 

Si Freud tiene razón, los sueños nos desvelan las leyes ocultas de la vida. Puede ser que también nos informen acerca del camino de una persona hacia la muerte. Es por eso que voy anotando los sueños de Y.

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“Ayer vi en sueños el tema para un cuadro. Enseguida le di el título: MI VELA, O VELA JUDÍA.

Sí, era precisamente una vela que ardía. Sin embargo, no se parecía a una vela corriente, ya que tenía unas formas caprichosamente quebradas. En estas formas sinuosas, se adivinaba la espalda encorvada de alguien; más tarde, vi una nariz judía. Cuando miré la llama distinguí, para mi asombro, un ojo. En la base de la vela yacían unas calaveras, mientras que la cera que goteaba se estaba transformando en sangre… La llama apenas daba luz, y de ella ascendía un leve hilo de humo. Muy lejos, en las alturas, se vislumbraba el sol.”

Y contó este sueño a su hijo, que es artista, con la esperanza de que lo plasmara en un cuadro. Luego me telefoneó.

 

LA SENTENCIA (24 de octubre de 1990)

 

He aquí el tema de la culpa, el habitual en el curso de una confesión. Remordimiento; reconocimiento de la culpa; penitencia: es lo que parece lo menos propio de Y. Pero…

– Yo mismo les firmé su sentencia de muerte – dice él contándome el trágico final de su familia. ¡Yo mismo, con mi propia mano!

¿Es una exageración? No tanto, siguiendo la lógica de los hechos. Hace ya medio siglo que el pensamiento de Y se bate inútilmente en este laberinto.  No podrá nunca desenredar aquel trágico cúmulo de acontecimientos. “¡Todo estaba entrelazado de una manera tan lógica y, al mismo tiempo, tan siniestra! Mi carácter, mis acciones, y los acontecimientos que no dependieron de mí. Finalmente, su muerte…”

Situémonos en el año 194028. Las autoridades soviéticas que se han instaurado en Lituania abren las puertas de las cárceles a los prisioneros políticos. Entre los liberados está Juozas Žemaitaitis. Este muchacho sencillo había sido zapatero en Kalvaría; en 1931 fue arrestado por distribuir unas octavillas. Le sentenciaron a diez años de prisión. “Mientras tanto, yo era simpatizante del Partido Comunista, e incluso ejercía de secretario del Socorro Rojo Internacional29. Mi tarea consistía en recabar cada mes diez litas y entregar el dinero a la hermana de Žemaitaitis, para que ella comprara alimentos y se los enviara a la cárcel de Kaunas. Yo reunía esta suma de diversas personas, incluso de los obreros de nuestra fábrica”.

Así es como sobrevivió Žemaitaitis, que luego ocupó diversos cargos en el aparato soviético.

– Cuando le liberaron, su hermana le condujo a mi casa, a mi pequeña habitación de Kaunas. “¡Éste es tu salvador!” – “¡Mucho gusto!” – “Igualmente”.

Los dos congeniaron enseguida. Hablaron de muchas cosas, y no protocolariamente, sino con marcada sinceridad. Žemaitaitis pasó varios días en casa de Y, hasta que se marchó a Kalvaría. “Allí llegó a ser uno de los dirigentes. Según parece, fue el primer secretario del Partido Comunista en nuestra localidad.”

14 de junio de 1941: una fecha negra30. Muchos habitantes de Lituania son deportados a Siberia.

– A las seis de la madrugada, recibo una llamada telefónica de mi madre: “¡Yánkel, nos envían a Siberia! ¡Si puedes, sálvanos!”

Tomo un taxi. A las ocho de la mañana, ya estoy en Kalvaría. El primer lugar adónde voy no es a nuestra casa, sino al comité regional del Partido. Entro. La sala está llena de gente con carabinas. Han fumado tanto que casi no se les ven las caras. Busco a Žemaitaitis. Él está sentado a la mesa, dando enérgicamente disposiciones a alguien. Él es quien manda. Al verme, palidece: “¡Que salgan todos!”

El diálogo es breve y fatídico.

– ¿Mi familia también va a Siberia?

– A ti no te toco.

– ¿Y mi padre, mi madre, mis hermanas?

– A ti no te toco.

– ¿Qué le pasará a mi familia?

– No lo sé.

– Enséñame las listas.

– Están aquí sobre la mesa.

Por supuesto que todos ellos están en las listas, ya que son la familia del propietario de una fábrica.

– No puedo hacer nada. Nada.

Y sale a la calle. Enseguida alguien viene a buscarle: “Vuelva, el camarada       Žemaitaitis le espera”.

Ahora viene la frase más importante que hace medio siglo resuena en los oídos de Y:

– Toma el lápiz y táchalos tú mismo.

Él coge el lápiz y tacha estos nombres. Luego, a lo largo de su vida se arrepentirá con creces de ello. Žemaitaitis se le acerca y le da un beso. Le dice, mirando a un lado: “¡Vete! ¡Y que no te vuelva a ver más por aquí!”

Pregunto a Y:

– ¿No volvió usted a encontrarle?

– Sí. Fue durante la guerra, mientras estábamos en la Decimosexta División31. Permaneció con nosotros cerca de un año; luego desapareció. Pensé que había muerto. Más tarde me enteré de que le habían enviado secretamente a Lituania.

Después de la guerra, Žemaitaitis fue uno de los primeros dirigentes en la ciudad de Marijámpolė. Una vez coincidieron en una reunión en Vilnius para una conmemoración. Se alegraron: había mucho de que hablar. “Fue nuestro último encuentro. Según dicen, Žemaitaitis se dio a la bebida. Pasó a ocupar cargos menores, hasta que murió”.

Hay un detalle que preocupa especialmente a Y: “¿Por qué me dio el lápiz? ¡Yo mismo! ¡Con mi propia mano! Yo firmé la sentencia de muerte de mi familia. En Siberia, quizá habrían sobrevivido”.

Incluso aquí Y intenta entrever una señal del destino. ¿Cómo hay que leer este símbolo? Hace muchos años que lo intenta descifrar, pero sin éxito.

 

EL COMIENZO

 

Siempre cuesta empezar en el mundo de la literatura. Pocas veces el comienzo está relacionado con la alegría. A menudo hay amargura a causa de los errores. Luego siguen largos años de búsquedas y desilusiones. A veces sucede que el escritor no acaba de encontrar su camino, y finalmente se despide del mundo de las letras. Se despide, ¡a pesar de su talento!

Y comenzó con facilidad.

– La protagonista de mi primer folletón (como entonces se llamaban, en los diarios, los escritos sobre la vida local) fue una muchacha judía. Ella se encuentra con un chico católico en el cementerio municipal; los enamorados son espiados, y un día los cogen in fraganti. ¿Un episodio banal? Hay que decir que era poco frecuente en aquella época. Además, lo que menos me interesaba era la parte exterior, la intriga del suceso. Quería entender la psicología: de los padres de la chica, sus amigas, vecinos…

Y envió su folletón a Kaunas, a un conocido periódico judío, Yídishe Shtime32. Esta publicación se distribuía no sólo en Lituania, sino también en diversos países europeos.

Y se armó de paciencia. Se preparó para una larga espera. Por sorpresa, no tuvo que esperar mucho. No, no llegó ninguna carta de la redacción. Al abrir el número especial del fin de semana, Y vio su folletón.

– La redacción no cambió ni una sola palabra de mi texto.

La villa bullía en comentarios y habladurías. Los protagonistas fueron reconocidos enseguida, aunque sus nombres no aparecían en el folletón. Todo el mundo hacía conjeturas: ¿Quién es el autor? Y había firmado con un seudónimo. Nadie llegó a adivinar que el cronista de aquellos sucesos era un simple estudiante de bachillerato.

Él guardaba firmemente su secreto. Ya tenía planes de futuras publicaciones. No dudaba que ahora, después de su debut, ruidoso y aclamado, llegaría a ser uno de los principales autores del periódico.

Claro que Y se equivocó. Luego, todo fue más parecido a otros casos de escritores principiantes: pocos laureles y muchas espinas.

– Después de enviar mi segundo relato a la redacción, recibí la respuesta del mismo Rubinstein33, el famoso periodista y redactor judío.

La carta contenía sólo unas cuantas frases: “El relato no se puede publicar. No es lo suficientemente maduro. De todos modos, es evidente que el autor tiene una mirada perspicaz”.

Y estaba desesperado. Pero ya no podía dejar de escribir.

– Sólo muchos años después entendí que Rubinstein no sólo me había alabado con condescendencia. Él creyó en mí.

El debut de Y  fue un éxito porque había comenzado con buena puntería en la elección del tema. Con aquél que luego le preocuparía toda su vida: el desvelo de cualquier secreto. Sus relatos y narraciones publicados antes de la Segunda Guerra Mundial en periódicos, revistas y misceláneas judíos eran principalmente retratos psicológicos de gente normal y corriente. Tratan del secreto con el que nacimos y que luego nos llevamos a la tumba.

Por cierto, en aquel primer folletón de Y ya aparecen los dos temas que serán los principales en las obras de sus últimos años: el amor sobre el fondo de la muerte, y las relaciones entre los judíos y los lituanos católicos.

 

UNA OBSERVACIÓN

 

“Cuando fui a parar a la Decimosexta División del Ejército Soviético, casi la mitad (¿o quizá aun más?) de sus miembros eran judíos. Mientras marchaban marcialmente, cantaban canciones en yídish. Y esto no era una iniciativa particular de alguien, sino una orden del mando: “¡Venga, una canción judía!” Los lituanos de procedencia católica que había en filas también se sumaban al canto.

¿Había judíos creyentes? ¡Claro que sí! Por la mañana rezaban, aunque luego igualmente comían junto a los otros de la misma olla, ya que no podían observar las prescripciones alimentarias de su credo.

En los búnkeres había diarios murales en yídish. ¡No faltaba más!

Hacia el final de la guerra, la proporción de judíos bajó mucho. Ya quedaban bien pocos; los otros habían perecido en combate.

Esto no lo digo como argumento contra los antisemitas, que sostienen que los judíos “combatieron” en la ciudad uzbeka de Tashkent34, que era un destino frecuente para los refugiados.

Simplemente, esta noche me han venido a la memoria las caras de los compañeros que murieron…” (Noviembre de 1980)

 

UNOS FRAGMENTOS DE SU VIDA

 

De vez en cuando, Y habla de su necrológica. El que la escriba no deberá omitir, entre otras cosas:

SU HOJA DE SERVICIOS. “Justo después de la guerra, llegué a dirigir en Vilnius la sucursal de la editorial judía Der Emes35, con sede central en Moscú. Ya estábamos preparando la edición de varios libros en yídish. Por supuesto, entre ellos figuraba también el indispensable Breve curso de la historia del Partido Comunista Soviético36. Sin embargo, todos nuestros planes se fueron al traste. No nos suministraron ni el papel ni los caracteres tipográficos hebreos. Escribíamos cartas de queja al Comité Central del Partido. Prometían que nos ayudarían; incluso fijaban los plazos en que llegarían los suministros. Pero no se hizo nada. Era como si alguien invisible contuviera y frenara con fuerza todas las iniciativas relacionadas con la recuperación de la cultura judía después de la guerra. Finalmente, me di cuenta de que no era ninguna casualidad”.

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“Eran tiempos de hambre. De tanta desesperación, me hice administrador en un ambulatorio para altos cargos. Era el responsable de comprobar el buen estado de las mesas, las camas, las sábanas… Por la noche en casa, me preguntaba angustiado: ¿Qué será de mí? ¿Qué será de mis planes? Todo parecía haber terminado”.

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En el período que va de 1948 a 1959, Y trabajó en la revista Pérgalė37, la más importante publicación cultural de Lituania. Al principio fue el responsable de la sección de Crítica. Más tarde ocupó el cargo de secretario en jefe.

“…Hay que decir que en aquel entonces, prácticamente cada redacción tenía a “su propio judío”, que era o secretario en jefe o, no tan a menudo, subdirector. De vez en cuando, sus jefes ascendían de cargo, pero el judío de la redacción se quedaba en su puesto de siempre. “Los de arriba” sabían: así tiene que ser. El judío, profesional laborioso, aseguraba el orden y la estabilidad. Éstas eran las reglas del juego, implícitamente aceptadas por todos.

 

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