UN VIAJE DE IDA Y VUELTA A ISRAEL

 

“Siento vergüenza de hablarle de aquel viaje que hice para ver a mi hija. Sí, otra vez me vi presa del miedo. Era el año 83, nadie me iba a detener, eso lo tenía claro. E Israel, parecía tan lejos de la Unión Soviética. Todos alrededor eran nuestra gente. Eso todo lo entendía, y sin embargo… tenía miedo de hablar con franqueza. No, mi hija no me acribilló con preguntas. En cambio, mi hermana… No podía dormir tranquilo. Hacía la cadena mental: mi hermana tiene a su esposo, éste también tiene una hermana, también casada y con hijos. Si digo algo inapropiado, el eco llegará muy lejos. ¡Alcanzará a la Unión de Escritores! Y ya no me dejarán viajar más al extranjero.

En una palabra, tengo la boca bien cerrada. Y eso a su vez origina conflictos. Un día fui con Osheróvich a casa de un conocido poeta que escribía en yídish. El poeta se puso a hablar conmigo sobre la situación en la Unión Soviética, queriendo ir al grano. Yo, simplemente no contestaba a sus preguntas. “¿Qué pasa, Yosade, me tiene usted miedo?” – “No es que le tenga miedo. Pero no tengo nada que añadir a lo que usted ya sabe.”

Me parecía a cada momento que incluso en Israel yo estaba bajo las escuchas del KGB”.

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En Israel, Y volvió a acordarse del hombre de negro. Su aspecto, naturalmente, ya se había transformado, de acuerdo a la época y la moda en curso. Su esencia, sin embargo, siguió siendo la misma.

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“En vísperas de mi viaje, me citó un viceministro. Si una delegación o un grupo partía al extranjero, había alguien que les daba las instrucciones, alguien cuyo rango era normalmente el de capitán o comandante. Era un seminario sui generis, sobre lo que se podía y se debía decir y dónde, qué se podía o no se podía hacer, cómo reaccionar a las trampas del enemigo. Conmigo, como escritor, hicieron una excepción. El viceministro fue breve:

– Compañero Yosade, le conozco bien. (Siendo un intelectual, él  seguramente estaba al corriente de la vida literaria). Espero que Usted represente dignamente a nuestro país en el extranjero”.

Detrás del tono amable, Y intuyó una amenaza.

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Todo esto precedió al encuentro de Y con una conocida poeta judía, Dora Teitelboim115, y su esposo.

Nuestra conversación duró cuatro horas, de las once de la noche hasta bien llegada la madrugada.

Al principio, como de costumbre, no fui sincero. Es cierto que la conversación se encaminó por un cauce diferente al esperado. Se daba el caso que mis nuevos amigos eran comunistas. No habían visitado nunca la Unión Soviética; sin embargo, fieles a sus ideas, no escatimaban alabanzas en cuanto a la URSS. Finalmente, ya no pude aguantar.

Me puse a aducir argumentos en contra de sus ideas, y… de súbito una idea me petrificó: “¿Qué es lo que estás haciendo? A tus amigos Osheróvich y Yelin, tuviste miedo de decirles una palabra inapropiada sobre este imperio del mal que tanto odias, – y aquí…”

Un nuevo pensamiento: ¡Ellos, Dora y Meyer, lo más probable es que sean espías de la URSS!

En una palabra, después de esta conversación estuve mucho tiempo altamente angustiado, siempre esperando: ¿a qué consecuencias tan horrorosas me llevaría mi falta de precaución?

Han pasado siete años. Hace tiempo que he entendido que me había equivocado. Hace tiempo que vivo con la vergüenza, por mi miedo y mis sospechas. Sabe Usted, hace poco le envié una carta a Dora Teitelboim, confesándoselo todo, y pidiéndole perdón. Si es que me perdonan…”

 

Y escribió esta carta el 25 de julio de 1990:

“Mi muy apreciada Dora:

¡Aún estamos viviendo en este mundo caótico! Ni que me mate Usted, haga conmigo lo que quiera – aún no sé cómo empezar. Hace un par de años, todo fue sencillo. De acuerdo con la Biblia, todos los hijos de Abraham fueron amigos entre ellos. Según Marx, todos los humanos son compañeros. Sin embargo, ahora…

¿Y ahora, qué somos los unos para los otros? – sobre esto tanto Usted como yo estamos totalmente en blanco.

Hace semanas que me está atormentando el deseo de comunicarme con Usted. Para decirle que yo, esta persona con quien Usted se encontró por casualidad en 1983, todavía vive y sigue creando obras de teatro (quizás ahora, con la perestroika, sea más fácil ponerlas en escena); que goza de buena salud, a pesar de los dos infartos. Aparte de eso, me gustaría mucho que Usted supiera – y ahora ya soy capaz de decírselo – que, a pesar de habernos encontrado y hablado una sola vez, las tres o cuatro horas que pasé en su piso en Tel Aviv se me grabaron nítidamente en la memoria. Me impactaron muy profundamente, aún más allá de la memoria. Usted me preguntará: ¿Por qué? Tenga un poco de paciencia…”

Una carta para Dora Teitelboim. Un acto difícil para un viejo hombre de letras. Y tan necesario para él en su preparación para la muerte.

 

EL ÚLTIMO AMOR

 

Y guarda largos silencios hasta que pueda hablar de su primer amor. En cambio, nunca oculta el último. Claro está, esto ya no es ninguna pasión, aquí se precisaría otra palabra.

 

23 de marzo de 1995. Y se dirige a mí con una extraña petición: “He ideado una nueva carta para mi hija. Ya no sería capaz de trazarla sobre el papel. Querido mío, ¿me permite que le dicte unos cuantos párrafos, para que Usted luego los redacte?”

Los objetivos de la nueva carta de Y son ajenos a la literatura. Su función es fijar una nueva etapa en su paulatina retirada de este mundo.

“¿Cómo vivo yo? He suprimido muchos contactos, he roto muchos lazos: con teatros, editoriales, etc. ¿Recuerdas lo que representaban los libros en mi vida? Ahora tampoco los necesito. ¡Qué más da!”

¿Se ha cerrado el círculo? A pesar de todo, hay una persona capaz de resucitar la armonía en su alma.

“…Como antes, sigue siendo mi gran consuelo Salomea, mi nieta. Hace poco vino a vernos. Hablamos de Dios, del Principio de los principios de la vida humana. Ella entiende todo lo que me pasa. Siente con profundidad lo mucho que la amo. Sus ojos son como dos cometas. Dos cometas tristes. A veces me dice: “Abuelo, escucha cómo toco el piano”.

Mientras la escucho, por mi cabeza pasan una infinidad de pensamientos. Creo que Salomea ya sabe bien, ahora, lo que es la soledad, aunque sólo tiene nueve años.”

En este pequeño ser, Y se reconoce a sí mismo. El reconocerse a sí mismo en el otro es, como se sabe, una de las formas superiores del amor.

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¡Sí! “Cuando estoy creando una obra de teatro, siempre lo consulto mentalmente con Salomea.”

 

“LO MAS ESPANTOSO DE TODO ES EL MIEDO”

 

La naturaleza de los miedos. ¿Ha leído Y los fragmentos del libro del norteamericano Norman Cousins El corazón que cura116? Hace tiempo, en 1985, se publicaron en la revista “Literatura extranjera”117. Y no deja pasar de largo ningún número de esta revista; sin embargo, me pide que le traiga el número en cuestión, para releerlo.

Luego, estamos mucho rato, quizás una hora y media, comentando el libro. Y ha leído los fragmentos con atención, reflexionando, como es natural, sobre sí mismo.

También ha hecho marcas de lápiz en el texto, por lo cual me pide disculpas. Me hace recordar que el original tiene el subtítulo, ¡“Un antídoto para la desesperación y el pánico”!

Ha quedado admirado por el epígrafe, extraído del Libro de Salomón: “Un corazón alegre es tan beneficioso como la práctica de la medicina, mientras que el espíritu deprimido seca los huesos”.

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He aquí lo que Y subrayó en el texto:

“Cada vez estoy más de acuerdo con la idea de que, bajo la acción del miedo o el estrés emocional, el cuerpo procede a generar un veneno suicida, y este factor favorece el inicio de la enfermedad, sea la insuficiencia cardíaca, una afección de las articulaciones o incluso cáncer.”

¿Es ahora la primera vez que Y saca la conclusión de que la causa de sus infartos es precisamente el miedo?

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Uno de los capítulos del libro de Cousins se titula simbólicamente: “Lo más temible de todo es el miedo”.

Cousins no es tan sólo un hombre de letras y autor de diversos libros. También enseña literatura y filosofía a los futuros médicos, en una de las universidades de los Estados Unidos. Escribe sobre la fuerza del miedo, mirando profundamente dentro de situaciones concretas (entrevistó a 260 enfermos de cáncer). Y subraya las siguientes líneas: “Me impresionó el hecho de que la mayoría de los enfermos tienen un brusco empeoramiento al saber la verdad sobre su diagnóstico”.

Y comenta: “Sobre una muerte que se acerca, se puede reaccionar de maneras diferentes. Con el sudor frío del espanto. O – con exaltación: ¡a ver si gano yo! O – casi con alegría: por fin me puedo liberar de mis miedos”.

 

ENTRE LÍNEAS

 

Los sabios del judaísmo no encontraban duda alguna sobre la razón de la existencia de cada judío. La veían con total claridad: lo único que cabe entender es qué quiere Dios de ti, cuál es la gran predestinación de tu alma. La Cábala asegura que el alma participa en el acto de la eterna creación.

El individuo tiene que entenderlo y – seguir su propio camino.

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“Mi desgracia – remarca Y – radica en no haber dilucidado en seguida lo primero y no haber sido consecuente en lo segundo…”

Así, en nuestra conversación a principios de setiembre de 1995, Y llegó a aquello que le preocupaba más que nada.

 

LOS ÚLTIMOS MIEDOS

 

7 de noviembre de 1991. Estos miedos reviven en sus sueños.

“El sueño, hay que apuntárselo enseguida. Aunque sólo sean unas palabras. Normalmente, esto es lo que hago. Me parece que ya le he descrito este proceso: me despierto por la noche, tomo un lápiz… Por la mañana, leo en el papel las palabras más simbólicas. Luego ya me acuerdo del resto fácilmente.

He aquí un sueño mío.

…Estamos un grupo numeroso de personas, sentados alrededor de una gran mesa. Todos estamos comiendo pescado. Sí, pescado ahumado. Comemos con prisas, cogiendo la comida con las manos y engulléndola enseguida. Yo también me apresuro. Lo que pasa es que fuera de la casa, nos espera un autocar (se oye su motor encendido), nos tienen que llevar a todos a cierto destino. Nosotros, sin embargo, no podemos dejar el pescado, ¡está riquísimo!

El conductor del autocar no para de dar señales: ¡ya es la hora! Las señales se hacen cada vez más potentes. Por fin, mis compañeros de festín no aguantan más y empiezan a introducir el pescado en sus bolsos y carteras. Finalmente, todos marchan apresuradamente.

Yo me quedo solo. Hay todavía un pequeño pescadito sobre la mesa. Lo meto en un bolso de plástico… Salgo afuera.

¡He llegado tarde! El autocar ya se ha ido.”

– ¿Intenta Usted descifrar sus sueños?

Y me replica, medio en broma:

– ¡Claro! Soy un especialista en ello. ¡Un Freud! En cambio, los libros que interpretan los sueños, todos son tonterías.

– ¿Cómo entonces ha descifrado Usted su sueño?

– Aún no lo he descifrado. Pero, este caso es sencillo, con un sentido que se ve bien claro. Me he quedado rezagado. Rezagado. Los otros toman de la vida todo lo que pueden, mientras que yo me he quedado rezagado. Mi autocar se ha marchado… Este motivo se repite en mis sueños en diversas versiones. Y yo, siempre quedándome solo.

 

Este miedo de Y lo clasifico como el miedo a una vida vivida en vano.

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He aquí su eterna preocupación: ¿Y si nunca llego a realizarme como escritor?

¿Es el último miedo que atormenta a un anciano impotente? Le atormenta más que ninguna otra cosa. Es por eso que Y deja pasar por su cabeza, una tras otra, los argumentos de varias obras de teatro posibles. “¿Y si llega a ser un gran éxito?” Sería una justificación para los años que cree que ha perdido…

Este miedo es el más persistente. Hace unos años, Y se retiró al palco, protegido de los elementos irritantes del exterior. Sin embargo, no ha acabado de analizar la situación hasta el final. No suponía que este miedo persistiría. Es difícil de detectar, ya que se confunde fácilmente con el sentido natural de insatisfacción de un autor.

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18 de noviembre de 1991. ”De joven, yo mantenía una actitud superficial, liviana hacia la muerte. Cuando uno es joven y sano, la consciencia rechaza la idea de morir. Incluso pensando en el tema, se razona como un protagonista de Tolstoi: todos morirán menos yo.

Ahora siento que la muerte se acerca. ¿Le tengo miedo? Sí, temo no estar a tiempo para acabar mi ciclo de piezas sobre el tema judío. Otro miedo, no lo hay. En general, no tengo la sensación de que la muerte sea algo horrible, espantoso. Mientras tanto, el miedo a no acabar a tiempo lo ideado va creciendo día a día. Tengo ya ochenta años. A mi edad poca gente ha seguido escribiendo. Tal vez, Bernard Shaw o Ibsen. No, Ibsen no llegó a los ochenta. Por eso, no quiero arriesgarme, a pesar de lo importantes que son los experimentos en la literatura. Tardo un año entero en acabar una pieza – un año…”

Estos últimos miedos abandonan a Y de manera súbita, desplazados por los dolores, el cansancio de luchar contra la enfermedad y los pensamientos sobre un encuentro cercano, y ya muy real, con la muerte.

“He dejado de pensar en la pieza. ¿Que si la acabo o no? ¿Qué importancia tiene?” (15 de octubre de 1995)

 

ADIOS, DON QUIJOTE

 

23 de setiembre de 1995. En el mismo final de la vida, el hombre se apresura para acabar de arreglar sus asuntos terrenales.

A Y no le preocupan los problemas de bienes materiales. Lo que necesita es acabar de idear y escribir sus obras.

Comienzo a darme cuenta de que ha aparecido algo nuevo en su actitud hacia su padre. Hablando con precisión, esta actitud ha ido cambiando a lo largo de decenios: odio en la adolescencia, desprecio en la primera juventud, luego, rechazo de la posición social. Más tarde, durante largos años, hubo una irritación, una sensación de molestia difícilmente definida, la esencia de la cual es difícil de entender.

Por extraño que sea, todo este caleidoscopio de sentimientos está reflejado en nuestras charlas y en las cartas de Y a su hermana y a su hija. Sumiéndose en el pasado, Y parece como si viviera allí, no reaccionando ante la gente y los sucesos desde el hoy, sino desde el ya esfumado ayer.

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22 de diciembre de 1993

“Después de la guerra, logré dilucidar algo sobre cuándo y dónde fue asesinado mi padre; sin embargo, una suerte de sensación mística me impedía averiguar más detalles del trágico suceso. Tenía miedo. ¿De qué, de la terrible verdad? ¡No! Entonces, ¿de qué? No lo sé. Más bien, entiendo algo, pero no lo puedo expresar con palabras.  El hecho es que iban pasando los decenios, mientras la voz de la conciencia se imponía con creciente fuerza. “¡Al fin y al cabo, lo deberías saber!” – Y no me atrevía”.

Releyendo ahora su carta a la hija, estoy cavilando: ¿de todas formas, qué fue la causa de tanta dilación? ¿Puede ser que las ofensas de la infancia y de la primera juventud, que él nunca perdonó y que no dejaban de corroerle, le obligasen a aplazar la búsqueda del asesino? ¿O es que fue al revés, y que su propia culpa ante la memoria del padre le impulsase a volver a rebuscar en el pasado las heridas causadas por aquél? Él mismo irritaba aquellas heridas, sin dejar que se cerrasen. Buscaba autojustificarse.

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6 de febrero de 1995. Se me hace evidente que Y mitifica la imagen de su padre. Como consecuencia, a este personaje, ya casi literario, le trata con más condescendencia.

La tolerancia se explica también con otra circunstancia. Hace tiempo que Y ha superado la edad de su padre, que murió con cincuenta y tres años. Y es ahora treinta años mayor.

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Ahora Y ya percibe a su padre como a un coetáneo. Por lo tanto, sus errores llegan a parecer menos graves. Mientras tanto, la semblanza entre los dos, la cual siempre ha espantado tanto al hijo, se vislumbra como algo casi evidente.

Al final de su camino, Y se da cuenta, asombrado, que en esencia ambos vivieron de manera idéntica, atrapados por las ilusiones. Sí, sí, “resulta que tanto yo como mi padre estábamos engañados y engañábamos a los otros.”

Y – para su propio asombro – incluso tiene ganas de proteger a su padre. Pero, ¿de quién? Pues, de sí mismo.

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4 de abril de 1995. Es notable la insistencia con que Y me cuenta unas circunstancias de su infancia bien diferentes de las contadas antes.

Antes: …Broncas entre mis padres, que aún ahora me están perforando los oídos… Mi padre tira una vela encendida a mi madre…

Ahora: …No había broncas en nuestra casa…

Antes: …Mi padre nos pegaba a diario. Lo que nos dolía, a los hijos, no era el dolor físico sino la ofensa…

Ahora: …De niño, no sabía lo que era un puñetazo…

Antes, recordando a su padre, Y veía a menudo delante de sí su cara enrojecida y sus manos temblando nerviosamente (así era él por las noches mientras jugaba a las cartas – y  perdía). A veces no era la cara lo que recordaba, sino su figura en la calle, mientras iba directamente a casa de Eva, sin esconderse de nadie.

Ahora Y se niega a juzgar a nadie. En cuanto a los pecados de su padre, no son más grandes que los suyos propios o los de los otros humanos, todos pecadores.

Así, en la luz imparcial de la muerte, cambia para él la imagen de su padre. Ya no es un hombre rencoroso y desafortunado. Es un hombre que nació y vivió en el lugar equivocado. Un hombre sentimental, romántico, pronto a acudir en ayuda de quien esté en desgracia.

Su tragedia es la acostumbrada tragedia de un don Quijote provincial.

 

SUS ÚLTIMOS RELATOS

 

13 de octubre de 1995. Y lamenta: “¡Qué lástima que no me quede apenas tiempo para contarle aún tantas cosas!”

Le digo que todavía no es tarde. Él tarda bastante en contestarme, absorto como está dentro de su perspectiva interior, tan lejana: “Sí, es tarde, y sin remedio. De todos modos, intentaré recordar algo”.

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Es propio de él que me hable de dos mujeres que antaño, en tiempos ya lejanos, le amaron. Se despide de ellas, aunque ninguna de las dos está entre los vivos, hace mucho ya.

Otra vez, afloran los temas del amor y de la muerte. Ahora, Y les pone el punto final.

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“Ni yo mismo sé por qué he estado callando tanto sobre mi primer amor. Más bien, a veces he mencionado el principio de esta historia, pero nunca y a nadie le he contado su final.

Su nombre era Teresa. Ella tenía quince años, y yo, dieciséis. Nos encontrábamos en dos polos opuestos de la vida. Yo, judío; ella, mitad lituana y mitad polaca. Yo era hijo de un rico, mientras que su padre era un alcohólico que prácticamente había llevado a la familia a la miseria.

Entendíamos que debíamos ocultar nuestro amor a todo el mundo. Nos veíamos en las afueras de la ciudad, o en el parque, en una oscura arboleda, o debajo de un puente, por donde no se aventuraba a pasar nadie.

Teresa era alegre y caprichosa. De hecho, el objetivo de sus caprichos era sencillo: ella quería que yo la tranquilizara, como en un juego. Todos nuestros encuentros consistían en este juego y – amor. Teresa estaba rebosante de alegre vitalidad. Normalmente no iba caminando, sino que volaba. Yo tenía que correr para alcanzarla. Le pedía disculpas por las supuestas (inexistentes) ofensas, y la besaba. Teresa me descubrió aquel amor que sólo aporta placer. ¿Es poco? Antes me parecía que no podía haber amor sin espiritualidad. Pero supongo que no me imaginaba con precisión lo que es la espiritualidad como concepto.

Pero volvamos a la historia de aquel lejano amor. Pronto me fui a Kaunas; ella se quedó. Después de la guerra, la busqué, pero Teresa había desaparecido sin dejar rastro.

Fue de manera inesperada que recibí noticias suyas. Hace relativamente poco, unos quince años atrás. Me llamó una mujer desconocida: “Su Teresa ha muerto”.

No pude entender: “¡¿Cómo?!”

Resultó que Teresa se había casado antes de comenzar la guerra. Durante la ocupación nazi, su marido colaboró con los alemanes; incluso parece que participó en las matanzas de judíos. Los dos se separaron. Al quedarse sola, Teresa se dio a la bebida: sentía un gran dolor en el alma.

Fue ingresada en una clínica psiquiátrica, primero en Kalvaría, luego en Vilnius. En esta última estuvo diez años. Hubo períodos en los que se encontraba bien: entonces trabajaba en la cocina de la clínica. Pero, tarde o temprano, la enfermedad se dejaba sentir otra vez, y Teresa volvía a ser ingresada.

Un día, le habló a una amiga del hospital de nuestro amor.

– ¿Yosade? ¡Pero si es escritor! Vive aquí, en Vilnius.

– Lo sé, he visto sus libros y ensayos, le contestó Teresa, – pero me da miedo hacerle una llamada.

Se lo prohibió también a su amiga. La llamada telefónica se produjo demasiado tarde.

Tardé mucho en recuperar la tranquilidad. ¿Cómo podía ser eso? Mi Teresa había vivido aquí tan cerca, sufriendo, y quizá careciendo de lo más esencial.

¡Me habría sido tan fácil aliviarle el sufrimiento, con regalos, con dinero!… (Por cierto, el director de la clínica era buen amigo mío). De todos modos, el orgullo siempre había sido el rasgo dominante de mi Teresa.

Fui al cementerio junto con la mujer que me había llamado. Le llevé flores a Teresa, luego pagué a un hombre para que arreglara bien la tumba. Me parece que nunca en la vida había llorado tanto.

Ya no volví a visitar la tumba. Tenía miedo – de mí mismo.

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He aquí otro retrato que Y esboza apresuradamente, con su voz un poco ronca, apenas ya perceptible.

“Mi abuela materna siempre me consideraba la persona más inteligente de la ciudad. ¿Sería porque me parecía mucho a ella?

A mí me trataba como a un adulto. Yo escribía cartas que ella me dictaba. A la hora de comer, me sentaba a su lado.

La abuela no dejaba de asombrarse:

“Yánkel, tu cabeza parece una zanahoria. Pero, ¡qué inteligente eres!”

Yo sabía que la abuela era capaz de hechizar a la misma muerte. Tenía diversos métodos para hacerlo. He aquí uno, el más certero: cada día leía un salmo, como era propio de una piadosa mujer judía. Pero siempre se adelantaba al calendario. Su lógica era la siguiente: “Ya he leído el salmo de mañana. Dios, seguramente, lo apreciará y me amparará por un día más”.

Sin embargo, al fin y al cabo la abuela murió, en mis brazos.

¿Por qué en aquel momento me encontraba yo solo junto a su cama? No lo sé. Súbitamente sentí que la abuela estaba a punto de pasar el umbral del otro mundo.

Levanté un poco su cabeza, para abrazarla. Poco a poco, se calmó. Para siempre”.

…Pasado un cuarto de hora, mientras ya hablábamos de otra cosa, Y volvió a este tema. Como siempre, queriendo añadir algo que había pasado inadvertido:

“De todos modos, no entiendo, ¿por qué estaba yo solo al lado de aquella persona moribunda? ¿Tal vez, porque la amaba más que a los otros?”

Después de un silencio, Y encuentra la respuesta, que no me causa sorpresa alguna.

“Estaba allí porque ya en aquellos tiempos ansiaba entender el misterio de la muerte”.

 

EL VIEJO AMIGO

 

Parece que no ha habido ningún encuentro nuestro en que Y no haya mencionado este nombre: Hirsh Osheróvich.

“¡Éramos amigos desde hacía mucho, mucho tiempo! Le entendía cada media palabra, igual que él a mí. Hubo una época en que siempre estábamos juntos: comenzamos a hacer publicaciones en la prensa al mismo tiempo, trabajamos juntos en el diario, íbamos al mismo grupo literario… Casi como dos hermanos, a pesar de ser tan diferentes. A mí usted me conoce. Pero Hirsh – él es un santo, es todo modestia, un moralista. En una palabra, nuestras relaciones son la atracción de dos polos opuestos”.

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En la primavera de 1992, yo iba a encontrarme en Tel Aviv con Hirsh Osheróvich. Quería preguntarle sobre el destino del famoso Libro Negro118. Durante la guerra, lo estaba preparando para su publicación un numeroso grupo de periodistas y escritores, incluidos Yosade y Osheróvich. El Libro Negro contenía testimonios únicos sobre los crímenes cometidos contra los judíos en los territorios de la URSS ocupados por los nazis y en los campos de exterminio de Polonia. La historia del Libro Negro tiene sus enigmas. Ya estaba listo para imprimirse cuando la tipografía fue destruida – según dicen, por orden de Stalin.

De camino a su casa, intenté recordar lo que Y me había contado sobre su viejo amigo.

 

“He pensado muchas veces sobre la ironía del destino, en este caso el de Osheróvich.

Hirsh siempre fue extremadamente cauteloso. Ante todo, por cuestión de principios se mantenía alejado de la política. Incluso en los días de su juventud, siendo un sionista convencido, no quería formalizar su afiliación. Al instaurarse el poder soviético, procedía de la misma manera. Huía de las contradicciones de la vida refugiándose en sus poemas, muchos de los cuales eran como tratados filosóficos pulidos con filigrana… Al acabar la guerra, aceptó con entusiasmo el puesto de corresponsal del periódico moscovita publicado en yídish, Einikait. Su tarea consistía principalmente en cubrir las novedades culturales. ¡Es allí donde le acechaba a Hirsh el implacable destino!”

Einikait era el órgano del Comité Antifascista Judío. En los años de la guerra, el Comité contribuyó en gran medida a que los judíos de todo el mundo prestaran ayuda financiera a la URSS en su lucha contra el nazismo. Al llegar la victoria, los judíos incomodaban cada vez más a Stalin. A finales del 48, el Comité fue disuelto inesperadamente. La mayoría de sus activistas y colaboradores fueron detenidos (muchos de ellos perdieron la vida). Hirsh no fue una excepción.

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“¿Recuerda cómo quemé mis libros judíos? En el invierno del 48-49 se convirtieron en cenizas. El único libro que no fui capaz de echar a las llamas fue la Torá; tan sólo destruí la portada con la dedicatoria de Osheróvich…

Aquella historia tuvo su continuación.

En el año 56 mi amigo volvió del campo de concentración. Una vez, al anochecer, estaba en mi casa. No me acuerdo en qué preciso momento él se acercó a las estanterías de la biblioteca y se puso a observar lo que quedaba de ella. De repente, me dijo:

– Yánkel, un día te regalé la Torá. ¿La has conservado?

– ¡Por supuesto!

– Enséñamela. ¿Dónde está?

Huelga decir que me era imposible hacerlo. Se habría dado cuenta enseguida de la ausencia de la página con su dedicatoria. Durante un rato pretendí buscarla… Debía intuir algo, porque me dijo:

– No hace falta que la busques ahora. Ya me la enseñarás luego.”

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“…Pasaron muchos años. Publiqué un escrito mío en forma de carta a mi hija, donde mencionaba este suceso, y se lo envié a Osheróvich.

Él comenzó su carta de respuesta con cumplidos. Decía: no todo el mundo es capaz de abrir tanto su alma como tú lo has hecho, y tener el coraje de desvelar unas verdades nada halagüeñas para uno mismo.

Sin embargo, Osheróvich finalizó su carta reprochándome haber omitido  muchas cosas relativas a nuestra amistad.”

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¿Qué es lo que omitió Y? ¿Tan sólo los episodios de la huida de ambos al este de la Unión Soviética en 1941, o quizá algo más?

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Hay una línea en la historia de las relaciones de los dos amigos que me parece especialmente tensa: el comportamiento de Y con la esposa de Osheróvich en cierta época. Para ser más exacto, se trata otra vez del silencio.

“… Al día siguiente al de la detención de Hirsh, me encontré cara a cara con su esposa Rivka, en la escalera de la sede de la Unión de Escritores. Yo estaba subiendo, y ella bajando.

La saludé con un breve movimiento de cabeza. Ella, en respuesta, hizo lo mismo.

Y nada más. Ni una sola palabra. Como si apenas nos conociéramos. Así fue durante tres o cuatro años, mientras Rivka trabajó en la Fundación Literaria de Lituania, que compartía edificio con la Unión de Escritores. Nos veíamos a diario. De la misma manera, en la escalera. O en un despacho. O en la biblioteca. Y – ni una palabra, sólo un movimiento de la cabeza.

¿Cómo está Hirsh? ¿Te escribe? ¿Tienes, como mínimo, alguna noticia de él? – era lo que yo le preguntaba mentalmente. Decirle algo, me daba miedo. Sabía que me observaban, que me seguían a cada paso.

Aquello era una situación horrorosa. Era falso. Era humillante. Llegando por la noche a casa, me acordaba de mi encuentro con Rivka, pero a mi esposa no le decía nada, no quería involucrarla en mi martirio. Y cuando iba a trabajar por la mañana, esperaba, con vergüenza, un nuevo encuentro”.

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Y me contó esta historia muchas veces. Dos veces, el 7 de octubre y el 20 de noviembre del 91, la grabé en cinta. ¿En qué se diferenciaban los dos  relatos? En un detalle. A veces Y afirmaba que aquello era el plan de ambos, aunque no expresado en palabras.

– Rivka era una persona muy racional. ¡Una cabeza masculina! Lo entendió todo… Nos entendimos muy bien. No se ofendió conmigo.

Sin embargo, en ocasiones Y veía la situación de una manera algo diferente. Sobre todo cuando yo le interpelaba, sin ninguna compasión: “¿Así que usted rompió totalmente todo contacto con la esposa de su amigo? ¿Estaba paralizado por el miedo? ¿Fue dura la vida de Rivka en aquella época?…”

Pero Y no necesitaba ningún tipo de condescendencia:

– Después de la detención de Hirsh, no fui nunca a su casa. Tenía miedo. ¿Problemas económicos? No creo que los tuviera. Rivka, al igual que Hirsh, es ascética en todo. Además, la ayudaban. Uno le daba diez rublos; otro, veinte, etcétera. Yo también.

– ¿El dinero se lo daba también callando?

– No, no se lo entregaba yo. Yo, como si no supiera nada… Es verdad, no soy un héroe. No puedo alardear de ello.

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Algún tiempo después, Y se sintió aliviado. La esposa del enemigo del pueblo fue despedida de la Fundación Literaria.

– Los dirigentes de la Unión de Escritores se negaban rotundamente a echarla, bajo ningún concepto. Es por eso que, después de la detención de su marido, Rivka trabajó aún bastante tiempo como directora de la Fundación Literaria. Pero la Seguridad insistía, presionaba… Al final, la despidieron.

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“Un día oí la noticia: ¡Osheróvich ha vuelto! Sentí una necesidad imperiosa de verle.

Sin embargo, tenía miedo: ¿cómo le miraría a los ojos, a mi amigo? Pero subí al coche y me dirigí a su casa.

Nos besamos cordialmente. Incluso ambos nos pusimos a llorar. Y – ni una palabra sobre lo que temía tanto recordar.

Era por la mañana. Rivka puso sobre la mesa el té y unos bocadillos. Y tampoco dijo una palabra sobre aquellos encuentros silenciosos”.

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“Hirsh y yo: nuestras almas son afines, sienten una gran atracción la una por la otra. Así que pronto todo fue como antes. Casi a diario, él y Rivka venían a nuestra casa. O Shéinele y yo, a la suya.

Hay que decir que Hirsh no tenía mal aspecto. Por lo visto, en los últimos meses de reclusión las condiciones de vida ya eran diferentes, más benignas. Allí Osheróvich, según parece, trabajaba. Quizá se las arreglaba bien – ya que siempre sabía establecer un buen contacto con la gente.

Digo “según parece”, “por lo visto”, “quizá” – ya que mi amigo me habló parcamente de su cautividad. Mientras tanto, a mí – usted ya me conoce – me interesaban los detalles. ¿Cómo le detuvieron? ¿Qué sucedió en la cárcel? Ya había oído que pocos aguantaban los interrogatorios; casi todos los detenidos por la causa del Comité Antifascista acabaron por autoinculparse…

Durante nuestros encuentros yo repetía lo mismo: “¿Te pegaban? ¿Reconociste ser un espía?” Respondía brevemente: “No. No.”

Igualmente esquivaba mis indagaciones cuando, años más tarde, estuve en su casa en Israel. Recuerdo que Rivka nos estaba cocinando un plato muy sabroso, a base de pedacitos de patatas fritas de una manera especial junto con pequeños trocitos de pollo. Yo hacía preguntas. Y él, siempre repetía: “¡No!”.

Es cierto, me contó otra cosa. Al principio de su detención, aún en Vilnius, compartió celda con el famoso filósofo Karsavin119. Los dos no se ocultaron nada el uno al otro.”

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Todo esto me viene a la memoria mientras voy caminando a casa de los Osheróvich. He aquí la casa. Un piso modesto, pequeño, como en la Unión Soviética. Un comedor que da paso al dormitorio, y una pequeña cocina. Muebles gastados. Estanterías con libros. Dos personas ancianas, reservadas por costumbre y al mismo tiempo, hospitalarias.

Cuando comienzo a hablar de Y, me advertirán:

– Gracias. Lo sabemos todo sobre él.

Y añadirán amablemente:

– Nos escribimos con regularidad.

 

UNAS PINCELADAS PARA EL RETRATO DE UN ANTISEMITA

 

No es casualidad que este retrato, que carece de semitonos, surja en nuestras conversaciones.

“Claro está, – razona Y – que se han vertido ríos de sangre por culpa del antisemitismo. Sin embargo, no deberíamos creer que la humanidad profese un odio especial hacia los judíos. Es conocida la ley de que el organismo rechaza lo ajeno. La gente rechaza instintivamente todo lo que se le opone, sea un estilo, un modo de vida o una manera de pensar. Así ha sido siempre y en todas partes. Los judíos han vivido milenios en la diáspora como un elemento ajeno.

Naturalmente, lo ajeno despierta burlas. Cuando observamos que alguien ingiere unos alimentos desconocidos, nos cuesta reprimir la risa. Un plato totalmente exótico ya es causa de protestas. Los ritos extraños generan sospechas… Sólo un intelectual se hace preguntas: ¿cómo?, ¿por qué?

¿Hay también intelectuales antisemitas? Si los hay, entonces no son intelectuales”.

Aquí surge una contradicción de la cual Y no se da cuenta. Según su lógica, el antisemitismo será superado cuando todos los judíos se reúnan en la Tierra Prometida. Sin embargo, el mismo Y aboga por la eterna diáspora. Por lo tanto, ¿aboga también por el eterno antisemitismo?

En su última pieza teatral también aparece el retrato de un antisemita. Pero este retrato es mucho más polifacético, mucho más complicado; Y no repite palabras trilladas, aunque sean ciertas.

 

LA ÚLTIMA PIEZA

 

Mentiré si digo que esta última obra es la que más le martirizó. Ello ha pasado con cada pieza que ha compuesto. Desde que nos conocemos, ha escrito dos, más otra inacabada: ésta.

Y ha dejado de trabajar en la obra. Todo sucede como él nos había advertido. La doctora Sideraitė me lo ha confirmado: el estado de salud de Y ha empeorado bruscamente. (20 de setiembre de 1995)

 

LA VOZ DEL ARCE. La trama surge a mis ojos. En su carta a Asia,  Y discurre sobre el tema de las relaciones entre los judíos de Lituania, por una parte, y los lituanos no judíos, por otra. Me atrae la imagen de un árbol: “¡Un arce, qué bello! ¡Qué copa tan majestuosa!”

El arce crece en un pequeño pueblo lituano, en el patio de la casa adónde le lleva la búsqueda del asesino de su padre.

A Y le parece: el arce ha crecido “nutrido con la sangre de mi padre. Al volver a Vilnius, casi cada noche oía los gemidos de mi padre y veía con claridad que, en contra de todas las leyes de la naturaleza, su sangre resistía y no quería penetrar dentro de la tierra”… Por fin, la sangre de su padre “llegó a una rama marchita y la nutrió”.

Así creció el árbol.

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Aparece una propuesta inesperada de que la carta de Y sea leída desde el escenario. Y ha recibido llamadas de los actores y varias visitas del director. Al principio, me asombro: la historia del teatro no conoce muchos ejemplos en que un texto ensayístico sea transformado en una pieza teatral. Resulta, sin embargo, que no todo es tan sencillo aquí: el director le propone a Y que escriba el guión. El protagonista tiene que dialogar con… el arce.

Y me pide consejo: ¿Hasta qué punto será lógico este giro escénico? ¿Será interesante para el público?

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Durante unos cuantos días, me esfuerzo por disipar sus dudas. Le recuerdo que muchos escritores del siglo XX han comprobado que la voz de un árbol puede ser “convincente” tanto para el lector como para el espectador. Un ejemplo: Gabriel García Márquez. U otros autores latinoamericanos. Mis razones tienen un sólo propósito. Y tiene que trabajar: esto le alargará la vida.

 

LAS GAFAS Y LAS BOTAS

 

Lo único que Y sabe a ciencia cierta sobre el destino de su familia son algunos detalles del asesinato de su padre.

“… Aquellos primeros meses, después de volver yo del frente, fueron muy duros. Nadie fue capaz de contarme nada. ¿Qué podía hacer? De repente, un nombre apareció en mi memoria: Jonas Kairys.

¡Sí, sí! ¡Era ésta la persona que me iba a ayudar! Recordaba a Kairys desde mi infancia. Él era el socio comercial de mi padre, ocupándose de vender en el mercado de Kaunas las chaquetas de punto producidas en nuestra fábrica. A Kairys, todos nosotros le teníamos mucho afecto. Su decencia era sólida, nada ostentosa. Cuando venía a Kalvaría, se alojaba en nuestra casa. Al mediodía acudía sin falta a la iglesia católica.

Encontré a Kairys fácilmente, en la misma casa donde yo había estado tantas veces.

Él sí me contó muchas cosas. Al tener noticia de la invasión alemana, mis padres pusieron sus pertenencias en un carro y se dirigieron a Kaunas. A mi casa. Ellos no sospechaban que yo ya no estaba en la ciudad.

En Kaunas apareció tan sólo mi madre. Estaba delante de Kairys, deshecha en lágrimas. Tenía en las manos las gafas y las botas de mi padre.

Les pararon en el camino, cerca del pueblo de Kazlų Ruda. Hombres con brazales blancos les ordenaron entrar con sus enseres en una granja. Luego condujeron a mi padre a un lugar apartado del patio. Mi madre oyó disparos. No le permitieron ni siquiera acercarse al cuerpo de su marido. Al cabo de unos minutos, le entregaron las gafas y las botas.

Mamá le describió a Kairys el lugar con exactitud. Con tanta exactitud que luego lo encontré fácilmente. No se podía confundir el lugar. Una carretera al final del pueblo; no había ningún otro en la cercanía. La casa apartada cerca de la carretera seguía allí en su soledad.

¿Mi madre? Vivió unas semanas en casa de los Kairys, hasta que fue obligada a entrar en el gueto. Los Kairys le llevaban alimentos a un lugar convenido, detrás de la cerca que separaba el gueto de la ciudad. Allí, un día mamá ya no apareció…”.

En el pasado, el autor y su personaje tenían mucho en común. ¿Y en el presente?

El protagonista, que vive en Israel, visita Lituania. Trae consigo precisamente las viejas botas para colocarlas en el sitio donde fue fusilado su padre. Tampoco se ha olvidado de las gafas, a través de las cuales su padre vio el cielo por la última vez.

 

LA CUESTIÓN DE LAS REPRESALIAS.

¿Siempre son necesarias?

“A fin de cuentas, la vida misma aporta a cada uno la retribución por todo lo hecho”. Y vuelve a acercarse a esta verdad al encontrar al asesino de su padre.

Un viejo miserable, en cuyo cuerpo va creciendo un tumor – antes creció en él otro no menor: el miedo; una niñita mocosa en sus brazos – su último consuelo.

Además, Y oye la voz del arce – el arce de su padre: “Deja en paz a ese hombre, olvida esta vez tu deber como hijo… Así ha creado el Señor este mundo – lo que está entregado a la tierra, debe ser olvidado”.

Aquí Y llega a lo más importante, tal vez lo más doloroso para él: “Por las noches, el arce de mi padre vuelve una y otra vez a contarme aquella verdad específica sobre la milenaria historia de nuestro pueblo – lo que en su tiempo se esforzó por inculcarme mi profesor de la gymnasia, Shulgásser, y sobre lo que luego leí, reflexioné y me grabé en lo más profundo del corazón: a pesar de las incesantes persecuciones de todos estos siglos, las masacres y el genocidio – nosotros PERDONAMOS. El odio hacia los malhechores, queramos o no, va diluyéndose imperceptiblemente hasta desaparecer…

Hay quien dirá que perdonar tales fechorías es una humillación. Pero la historia de la humanidad da la prueba de que ello no es una debilidad sino, al contrario, un signo de fuerza, la cual ha permitido a los judíos aportar a la cultura mundial y a la civilización innumerables riquezas”.

 

La primera parte de la pieza ha sido publicada en el periódico Šiaurės Atėnai 120.

¡Otra vez, Y se ha apartado mucho de su idea inicial! Antes, quería poner en el centro de la pieza lo siguiente: el hijo está buscando al asesino de su padre; sostiene largas y angustiosas conversaciones con el árbol que fue el testigo del crimen.

¿Será inesperado que al proscenio salga el asesino? Se llama Paulius Lapėnas. Ya no es un hombre con una sonrisa hipócrita que dice de sí mismo, lloriqueando, “Todo se ha acabado, y ya no hay remedio”. Por supuesto, la vida de Lapėnas también toca a su fin, pero él busca justificación a su crimen; incluso trata de construir una “filosofía” sobre ello.

 

Así me justificó Y la transformación del argumento:

“Una vez, por la noche, me dije a mí mismo: Debes colocar juntos al asesino y a su víctima. Para que ambos se miren a los ojos. Para que cada uno diga su verdad”.

 

¿Es abominable examinar el alma de ese ser, pensando: “Él asesinó a mi padre”? ÉSTE ES EL TRABAJO HABITUAL DEL ESCRITOR.

 

Además, la tradición de llegar a entender el alma del ser extraviado, y entenderla, por más grande que sea su pecado, proviene de lejos – de hecho, desde los inicios de la literatura. El principio de “visión doble”, a partir de dos puntos de vista opuestos, es natural en la literatura – a diferencia de la vida real.

Tampoco veo una paradoja en que, creando la imagen del asesino, Y le confiera sus propias ideas, tan sufridas, sobre el mundo y el hombre.

 

¿Por qué mataban a los judíos?

¿Puede ser que todo sea tan sencillo? La avaricia. La envidia. Y, para justificarse a sí mismo delante de Dios y de los hombres, el cultivo de las ofensas, graves o ligeras – ¿Qué importa?

Y no ve ninguna otra razón. Al acabar la guerra, se encuentra con los judíos supervivientes. Siempre la misma pregunta: ¿por qué?

Parece que Y formula la misma pregunta a los muertos. Sus rostros, ahora, afloran constantemente en su memoria.

La cara de Rachel, la muchacha más bella de la ciudad. “La sometieron a largas y extenuantes torturas en la plaza, en el primer día del nuevo régimen”.

La cara del tabernero de Kalvaría. “Al principio, le escondían unos campesinos. Claro está, por dinero. Luego, le entregaron a la Gestapo. Le pegaron una paliza y le ataron, sucio y harapiento, a un poste cerca de la taberna que hacía poco había sido de su propiedad. Así estuvo atado un día entero, bajo un fuerte sol, hasta que por compasión le mataron como a un perro, cerca del lago”.

 

La vida de los dos pueblos transcurría, por decirlo así, paralelamente. No sólo en la geometría sino también en la vida, los caminos paralelos no se cruzan. Es por eso que, con tanta frecuencia, los pueblos, igual que los individuos, no se entienden el uno al otro. Ésta es la causa de lo que se podría llamar “falta de sensibilidad interétnica”.

“Pero, ¿acaso la falta de sensibilidad se castiga con la muerte?” – se pregunta Y con desasosiego.

Su pregunta es retórica. Él sabe mejor que muchos que sí. Por eso matan. Como también matan sin razón alguna. Para acallar la insondable angustia y desarmonía del individuo con el mundo, y por sentirse ofendido – no por el vecino sino por el mismo Dios.

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No cuesta mucho adivinar que el conflicto de la pieza no es realmente el conflicto entre los judíos y los no judíos en Lituania, sino que es una colisión entre lo muerto, lo mecánico – y lo vivo. Entre la libertad y la esclavitud. Para Lapėnas, el asesinato supuso una huida de “la esclavitud y la no-libertad. No hubo ninguna pregunta acerca del bien o el mal de aquella acción. En su lugar, hubo una fiesta”.

El hombre que mató a su prójimo está adentrándose en sus sensaciones de entonces: “Volví a ser una parte orgánica de la naturaleza”. Lapėnas por fin se quita las ataduras de la civilización. Finalmente, vive de acuerdo a las leyes naturales. “Y lo que pasa en la naturaleza, ya lo sabe usted: el fuerte ahoga y aplasta al débil”.

Todo esto se lo cuenta el asesino al hijo de su víctima.

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Definitivamente, no me gusta este argumento de Y, que me parece especulativo. En cambio, recuerdo algunos casos concretos, por ejemplo, el de las listas de los prisioneros del gueto de Vilnius, descubiertas hace poco en el Archivo Central de Lituania.

La enumeración monótona de apellidos, nombres, profesiones, direcciones… Éstos eran tan sólo una pequeña parte de los judíos de Vilnius, que habían sobrevivido a las masacres, el hambre, las enfermedades, los malos tratos. En aquel momento, en mayo de 1942, cuando se realizó el censo de la población, todavía estaban vivos…121

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Despertándome aquella misma noche, la del 6 al 7 de abril, llego a percatarme de que Y parcialmente tiene razón. En el umbral de la muerte, él se eleva mentalmente por encima de los destinos humanos concretos. Naturalmente, Y sabe que durante la guerra mataban a una persona por un trozo de pan, por un vestidito de verano, por desagradarle a alguien la forma de la nariz del otro… Sin embargo, lo que ve Y detrás de todo ello, no es ni la colisión de dos pueblos, sino la colisión del Bien y del Mal, de la civilización y de la naturaleza.

 

LAS PALABRAS DE SARTRE. El retrato psicológico del asesino tiene sorprendentes similitudes con el retrato del antisemita de un famoso ensayo de Sartre:

“… el antisemitismo se apodera del alma del individuo en su totalidad… absolutamente igual que la histeria”.

El antisemita es “simplemente el individuo que tiene miedo. No de los judíos, naturalmente, sino de sí mismo, de su conciencia, de su libertad, de sus instintos, de su responsabilidad, de su soledad, de los  cambios de la sociedad y del mundo – en resumen, de todo, pero no de los judíos. Es un cobarde que no se atreve a reconocer su propia cobardía… La existencia de los judíos le permite al antisemita sofocar su descontento con la vida cuando éste se halla aún en estado embrionario.”

Por cierto, sé que Y no ha leído el ensayo de Sartre.

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Después de la publicación en Šiaurės Atėnai, él espera llamadas telefónicas y discusiones.

“¡Cómo no! Esto se da por primera vez en la literatura lituana… Sí, es por primera vez que se ha mostrado en primer plano y desde dentro, a un mata-judíos122. Por primera vez, oímos su confesión… Esto significa que habrá voces tanto a favor como en contra… Así que causaremos una buena polémica”.

Silencio. Ni un solo comentario en la prensa. Ni una sola llamada.

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“He vuelto a pronunciar palabras prematuras… Es por eso que me cubren de lodo. O hacen ver que no me oyen”.

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Y entiende que ya no podrá acabar la pieza. Sin embargo, la autodisciplina le obliga a preocuparse – no del manuscrito, ni tan sólo de los borradores, sino de las ideas que le desbordan. Varias veces, me habla sobre el desarrollo posterior de la obra. Pero, le preocupa justificadamente el hecho de que hablemos en ruso, mientras que Y escribe en lituano. La no-coincidencia lingüística puede impedir la restitución de su argumento luego, después de su muerte. Un día me comunica, contento, que un periodista, Ginas Dabašinskas, se ha ofrecido a ayudarle. Y le habla sobre la colisión de los opuestos, la prehistoria de la obra, los personajes y los prototipos (al cabo de un tiempo, esta conversación será publicada parcialmente en el periódico Literatūra ir menas123).

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Por cierto, hay otra persona a quien Y ha atraído a la órbita de su trabajo. Es la traductora Alma Ločerytė-Dale124.

Es amiga de colegio de Asia, que actualmente vive en Noruega. Ahora está de visita en Lituania para ver a su madre. Desde la infancia, les tiene un gran afecto a Y y a la doctora Sideraitė. Es justo después de haber conversado con ella cuando Y concibe con claridad la construcción del Segundo acto.

Ahora, el protagonista tiene que descubrir el secreto no de uno, sino de dos asesinatos: el de su padre y el de su primera esposa, que era cristiana. Ya hay dos arces en la obra.

La publicación en Šiaurės Atėnai lleva la dedicatoria: A Alma.

 

A MODO DE RESUMEN

 

Despidiéndose de la vida, Y no para de hacer el resumen de lo vivido. A veces, lo hace conscientemente, y a veces – así funciona su cerebro – de manera inconsciente.

20 de abril de 1994. Vengo a verle en vísperas de mi viaje a Israel. “¿Así que se marcha por dos meses? No sé si volveremos a vernos”. De todos modos, Y se sacude la tristeza como se sacuden las gotas de agua de un abrigo, y me pide que lleve su libro, Las puertas cerradas de un portazo, a la biblioteca de la Universidad de Jerusalén (que es al mismo tiempo la Biblioteca Nacional de Israel).

Y siempre se toma en serio las dedicatorias. Naturalmente, el texto de la inscripción se lo ha pensado de antemano. Ahora, en mi presencia, tan sólo copia unas frases en yídish de un papelito a la página del libro.

A la Biblioteca de la Universidad de Jerusalén.

…Este libro se lo regala un antiguo escritor judío que actualmente escribe en lituano. El tema (en forma de cartas a mi hija y una pieza teatral) son las relaciones, muy complejas y trágicas, entre los judíos y los no judíos antes, durante y después de la guerra.

Autor, Yokubas Yosade.

P.D. Nací en Lituania, en el pueblo de Kalvaría, el 15 de agosto de 1911. Desde que volví de la guerra, siempre he vivido en Vilnius, en la siguiente dirección: Vytauto 3 – 2, teléfono: 731 000

Y aparta el libro sin cerrarlo, y continúa, perplejo, mirando lo escrito.

– He aquí el misterio de los misterios. El de uno que soñaba. Que amaba. Que combatió en el frente. Que llevó un trágico combate consigo mismo. Y que se atormentaba frente al escritorio. Y – ya está, toda mi vida ha cabido en unas cuantas palabras.

 

ENTRE OTRAS COSAS

 

10 de setiembre de 1995. Sí, el destino de cada uno de nosotros tiene su culminación lógica y clara, por más enrevesados que hayan sido nuestros caminos. ¿Cuál entonces ha sido el resumen final de su vida? Al hacerme hoy esta pregunta, me contesto a mí mismo unívocamente: Y morirá siendo libre.

“¿Esto es todo?” – me he vuelto a preguntar. Pero, ¿acaso es poco?

 

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