VIDA EN LA LUZ DE LA MUERTE Cuaderno segundo

 

LA UTILIDAD DE LAS NECROLÓGICAS

 

2 de diciembre de 1993. Y ha vuelto a confesarme que tiene muchas ganas de leer su propio obituario.

– Dígame – me pregunta a mí – ¿hay lógica en este deseo mío?

Sin ninguna malicia, le contesto: sí. Al ser humano le es muy importante saber de antemano el resultado de su camino terrenal. Al echar una ojeada a la necrológica, corregirá muchos actos suyos…

– Eso son fantasías – me interrumpe Y. Las fantasías no me gustan ni en las artes. Pero, lo que sí es real, es otra cosa: uno puede intentar escribir su propia necrológica…

Como siempre, a Y le emocionan las analogías. ¿Ha habido casos semejantes en la historia de la literatura?

Es por eso que le cuento el caso del escritor siberiano Antón Sorokin (1884 – 1928).

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Sorokin se deshacía con facilidad de las convenciones en que normalmente se encuentra aprisionada la gente. Podía encargar su retrato escultórico para después regalarlo a un museo. Se promovió a sí mismo como candidato al Premio Nobel. Él mismo enviaba sus obras a los máximos dirigentes de diversos estados. (Es verdad, el único que le contestó fue el rey de Siam, disculpándose por no entender el ruso).

¿Es de extrañar, entonces, que un día Sorokin publicase en una revista (antes de la revolución de 1917) su propio obituario?

…¿Qué conclusiones saca Y al escuchar esta historia, que le ha intrigado?

Primero, me hace la pregunta:

– Dígame, ¿estaba loco ese tal Sorokin?

– ¡No! Tan sólo era un excéntrico. De hecho, hay mucha gente excéntrica. Sorokin era muy sensato a su manera e incluso previsor. En todo caso, esto es lo que creían sus contemporáneos (por ejemplo, Gorki), que valoraban bien su obra y sus iniciativas sociales.

– ¡Es como si usted estuviera hablando de un familiar mío!

A Y le emocionan los detalles: ¿Era posible comprar algo con el dinero que Sorokin imprimió durante la guerra civil? ¿Qué aspecto tenía el Diario para fumadores que él publicaba?…

– ¿Así que en el papel moneda figuraba la firma del mismo Sorokin? ¡Sí, en efecto, él no engañaba a nadie! ¿Usted dice que el diario se imprimía en un papel especial, con el cual era fácil liar los cigarrillos? ¡Eso también es absolutamente lógico!

Pero, claro está, la principal pregunta de Y es sobre otra cosa:

– ¿No recuerda usted qué escribía Sorokin en su propia necrológica?

– No, no lo recuerdo. Quizá que él siempre se había pronunciado contra la opresión del pueblo quirguiz por el poder zarista. O que no había ahorrado esfuerzos avisando a la Humanidad sobre los futuros horrores de la Gran guerra europea. O cómo le hacía escándalos públicos a Kolchak78

– Bueno, – suspira Y – vuelvo a convencerme. Esto es lo más lógico: escribir uno su propio obituario. ¡Quién conoce mejor que tú tus flaquezas como escritor, y tus puntos fuertes! Desgraciadamente, yo en mi tiempo sólo pude esbozar un manual para los que tuvieran que escribir mi necrológica.

– ¡¿?!

– Usted, por supuesto, ha leído mi primera carta a Asia.

– ¿Y qué tiene que ver con su necrológica? Allí usted, por primera vez, formuló su programa literario…

– ¿Y cómo podía ser de otro modo? Pensando en el obituario, es mucho más fácil vivir. Te desprendes de los detalles, de las pequeñeces – para recordar lo más importante… ¡Aquel programa lo he cumplido, por supuesto!

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Así que, ya veinte años atrás, pensando en su propia necrológica, Y decidió contar en sus obras teatrales la verdad sobre los judíos de la URSS y sobre sus relaciones con los no-judíos: “la amistad, los conflictos, el muro invisible que los separa; la realidad surrealista que envenena las almas de los unos y los otros”; sobre la campaña antisemita contra los llamados cosmopolitas; la asimilación global de los judíos en la Unión Soviética; los dos últimos días de Itsik Vítenberg, dirigente de la Resistencia del gueto de Vilnius…

 

EL REGALO DE LA HIJA

 

“¿Quién sabe?.. Quizá fue el Dios de los judíos quien se preocupó en aquella ocasión por mí, dándome la oportunidad de salvar mi alma. Una vez, con amargura y resentimiento hacia la vida, volví, de todos modos, a la tierra judía, la tierra que antes había abandonado tan apresuradamente.

¿Cómo sucedió esto? ¿Conoce usted una de las teorías del origen del antisemitismo? Cuando los judíos se alejan mucho de sus raíces y se olvidan de Dios, éste les envía duras pruebas.

Las tribulaciones me sobrevinieron en vísperas de la partida de Asia a Israel. Mi obra Cinco en la misma mesa fue prohibida en el día de su estreno.

Para mí fue un golpe demoledor. Mientras tanto, la causa era evidente a todo el mundo, aunque nadie pronunció aquel nombre geográfico que los propagandistas soviéticos descalificaban con tanta furia.

Era a principios de los años setenta cuando miles de judíos soviéticos partieron hacia su patria histórica, como comenzaron a decirlo entonces. En Lituania este proceso comenzó antes que en otras regiones de la URSS, por lo que las autoridades no sabían siempre cómo reaccionar. A unos les dejaban marchar sin mucha dilación, a otros les denegaban la salida durante años. Estos últimos organizaban piquetes delante del edificio del Comité Central del Partido, hacían huelgas de hambre… ¿Me he apartado del tema principal? Lo que me pasó, en mi opinión, merece esta digresión.

Todo comenzó, y también siguió, como una novela policíaca.

Aún acabando la pieza, sentí: sería difícil llevarla a escena con un nombre judío en la portada. O incluso imposible. El teatro tendría dudas. Las instituciones competentes harían sin falta la pregunta: ¿Se marcha o no, este autor?

Durante bastante tiempo no me decidía a ofrecer la pieza a un teatro. De repente se me acudió una idea, la cual al principio deseché (¡qué manera tan rocambolesca de hacer las cosas! – pensé). Pero al final, es lo que hice. Sí, envié mi obra al Teatro Universitario de Vilnius, pero amparada en el anonimato. Así a menudo lo hacían los autores en el pasado. Quería que el director valorara mi obra sin ninguna opinión preconcebida, sin pensar en los problemas que le pudiera acarrear un autor judío.

Así que confié mi creación a los servicios postales. Y seguí a la espera.

Pasa una semana, otra, otra… Sigo esperando, sin saber qué hacer. Mientras tanto, mi hija presenta sus documentos al Departamento de Visados.

Sigo esperando. Espero que la atmósfera se tranquilice un poco y la campaña antiisraelí se calme. Por fin, decido enviar a algún amigo “de reconocimiento” al teatro.

Y entonces, un día veo una nota de prensa en el diario universitario (esta nota la guardo todavía en mis archivos). El director del teatro, Límantas79, escribe: hemos recibido una pieza interesante; desgraciadamente, el autor no indicó su nombre. Qué le vamos a hacer – el teatro la pondrá en escena así, sólo con el título de la obra en los carteles.

¿Que si me alegré? Por supuesto. Sin embargo, decidí esperar más. ¿La obra le gusta al teatro? Pues muy bien, que comiencen los ensayos sin mí.

Por fin, los amigos me comunican: los ensayos van a toda máquina. En este momento aparecí en el teatro, presentándome como el autor.

Claro está, a Límantas ya le conocía: es un director teatral de talento. Honrado, de principios morales firmes, no teme defender sus principios. Sin embargo, veo que Límantas está desilusionado. No tiene nada en contra de Yosade, pero… En los ensayos, que ahora visito asiduamente, la conversación siempre deriva al mismo asunto: que si me voy a Israel. Le digo la verdad: es mi hija quien se va. Claro que esto tampoco le agrada a Límantas. Sin embargo, los ensayos continúan.

Para apoyar al teatro de alguna manera, decidí publicar la obra lo más pronto posible. Que pase la censura, que la conozcan en el Comité Central del Partido. Así fue. La pieza fue publicada en Pérgalė antes del estreno; luego apareció en forma de libro.

Y – he aquí los carteles del estreno. El espectáculo tendrá lugar… en un restaurante.

¿Por qué en un restaurante? Fue un interesante giro del director. La acción se desarrolla precisamente en la mesa de un restaurante donde, en un par de horas, comienza y termina el romance del protagonista, un joven científico que cambia bruscamente su actitud hacia ciertos valores de la vida. Al parecer se trata de unos valores muy sencillos pero, como se ve más adelante, no del todo claros para el joven. Alrededor hay baile, música, el griterío habitual de comensales que han bebido demasiado… ¿Política? No, la pieza no tocaba este tema para nada.

Para el espectáculo fue alquilada la sala del restaurante Dainavá, por dos noches. Para ser más exacto, los clientes del restaurante de aquellas dos noches tendrían que ver mi obra. E incluso, según la idea del director, participar en la acción a su manera. ¿Es original esto? En Lituania, en todo caso, una cosa así se hacía por primera vez.

Como siempre, antes del estreno tuvo lugar el ensayo general con la comisión que tenía que dar o no el visto bueno al espectáculo. Formaban parte de la comisión representantes del Comité Central y del Comité Urbano del Partido, y del Ministerio de Cultura… Normalmente, solían venir tres o cuatro personas. Esta vez, sin embargo, acudió toda una delegación, unas quince personas. Esto me sorprendió, aunque me dije enseguida, “es porque el espectáculo es sensacional”.

Ahora me vienen a la memoria las caras de aquellos que estaban entonces en el ensayo general: mi hijo y su esposa, unos cuantos dramaturgos amigos míos, y – claro está, actores y directores. Entre ellos estaba Kazimiera Kymantaitė, una famosa actriz y directora teatral.

¿Tuvo éxito este ensayo? Fue arrollador, a juzgar por los aplausos.

A la hora de la discusión, la primera en pedir la palabra fue una muchacha, por lo visto, una instructora del Comité Urbano. Las primeras frases que pronunció, las repitieron luego casi todos los que hablaron. “¿Y para qué necesitamos una pieza así? ¿Qué es lo que ha querido decir el autor? Para los jóvenes soviéticos, el espectáculo no es ni interesante ni necesario”.

Entendí por qué había venido una delegación tan numerosa. La segunda intervención, la tercera, la cuarta… La única persona que habló diferente fue Kymantaitė. Habló apasionadamente, incluso con indignación: “¿Quiénes son ustedes para hablar así del arte teatral? ¡El espectáculo es maravilloso!”

Se me acercó, como desafiando a los otros, y me estrechó la mano. Me abrazó.

Así acabó la cosa. Nadie dijo nada más.

Al llegar a casa oí el teléfono. Volví a escuchar la voz emocionada de Kymantaite:

– ¡Esto no puede quedar así! ¡Iré a hablar con Sniečkus!

Eran amigos. Pero, al pensar un poco, le contesté:

– No vale la pena. Usted pondrá a Sniečkus en una situación comprometida. Nadie ha prohibido el espectáculo. Hubo unas críticas muy fuertes, pero mañana es el estreno.

Por la mañana todavía estaba durmiendo cuando oí llamar a la puerta. Era Límantas en persona.

– Hay una orden de la dirección de la Universidad de retirar el espectáculo. No habrá estreno.

Mientras tanto, todas las entradas ya estaban vendidas. Un lleno. Me imaginé fácilmente el cuadro: a las siete de la tarde la taquillera devuelve el dinero a los espectadores.

Le digo a Límantas, “¿qué tiene que ver la Universidad en todo esto? No, no podemos permitirlo. ¡No lo permitiremos! Ahora mismo iré a reclamar justicia”.

Límantas me apoyó. Me vestí rápidamente, y salimos de casa.

¿Dónde estuve aquel día?

Primero fui a ver a Griškevičius80, que entonces ocupaba el cargo de Primer Secretario del Comité Urbano. Nos conocíamos bien. En otros tiempos, cuando Griškevičius era redactor del diario de los campesinos, me pedía con frecuencia artículos de crítica literaria.

La jornada laboral no había comenzado aún. Esperé a Griškevičius en el vestíbulo.

– ¡Ah, Yosade! ¿Qué ha pasado?

– Acabo de saber que el estreno de mi obra de teatro se ha cancelado.

– ¿Cómo puede ser eso? Vaya enseguida a hablar con el secretario del Comité Urbano de Propaganda…”

Aquí voy a interrumpir el relato de Y: cómo fue a ver al secretario del Comité Urbano; luego, al Presidente del Comité Ejecutivo del Soviet Urbano (Sakalauskas, el futuro Presidente del Consejo de Ministros de la Lituania Soviética); luego fue al Ministerio de Cultura: a un despacho, a otro y otro más… Todos le decían: “No sé nada”.

Y no se percató enseguida: fue un carrusel. No encontraría la verdad en ninguna parte. En alguno de los despachos, lo más probable, en aquel enorme edificio de la Avenida Lenin81, habían dado una orden precisa que no admitía discusión alguna.

¿Qué fue aquello? Un castigo, un aviso. Y, claro está, una lección.

Unas semanas más tarde Y se despedía de Asia.

– Éste es el regalo que me hizo antes de marchar…

Y lo dice con una amarga ironía. Pero, en mi opinión, la ironía es superflua. Sí, fue un regalo. Aquí mismo Y añadirá:

– Me hicieron recordar que soy judío. Que soy un escritor judío. Luego ya no lo olvidé.

 

FRAGMENTOS DE SU VIDA

 

6 de diciembre de 1990. Estamos estudiando los laberintos de su vida. Al lado, está otra vida – la de Lituania.

Las privatizaciones, los precios crecientes, la miseria, los piquetes de protesta. El fondo sobre el cual nuestras conversaciones parecen fantasmagóricas. “En realidad, lo que sí es real son precisamente estas conversaciones”, remarca Y.

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Dijo Scott Fitzgerald: “El talento es la capacidad de plasmar aquello de lo que uno es consciente. No se puede dar otra definición del talento”. Es esto lo que atormenta a Y, con sus infinitas dudas: ¡No hay talento!

Sus ideas dramatúrgicas son mucho más complicadas que su realización. Y él mismo es más complicado y más interesante que su obra. (12 de octubre de 1993)

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22 de noviembre de 1994. Durante todos estos días en mí está viva una conversación nuestra.

“¿Que qué hago? Rompo cartas. Sé que usted me regañará. Pero no quiero hacer sufrir a nadie… Pronto, pronto será el fin. O, quizá, haré una anotación sobre algunas de las cartas: no publicar nunca”.

Le “consuelo”: el problema es antiguo. Le cuento que un día (en el siglo XIX) el escritor ruso Goncharov dejó como testamento: no publicar las cartas. Ahora se publica tanto el testamento como las cartas.

 

DE LA NATURALEZA DEL SILENCIO

 

“Es fácil decirlo: volví al tema judío. La realidad es que volví a callar, por mucho tiempo…

¿Recuerda usted que queríamos hablar sobre la naturaleza del silencio en aquellos años terribles? Acabo de pensar: ¡Si es de eso de lo que estamos hablando ahora! Todo el tiempo llevamos discurriendo precisamente acerca de mi silencio.

Lo que escribía no era lo adecuado, aquello que hubiera tenido que escribir: eran cosas equivocadas sobre temas equivocados. Por lo tanto, callaba sobre lo esencial.

Mantenía mi mundo interior cerrado para todos; quemaba mis diarios personales y manuscritos – es decir, otra vez callaba.

Por cierto, a veces el escritor tiene un período de silencio penoso de otra naturaleza; yo lo experimenté más de una vez. Es el silencio que se apodera del escritor durante el trabajo.

…Las palabras que acababa de escribir parecían fláccidas, mustias, incoloras. Con desesperada angustia miraba yo la pila de borradores – y me sentía totalmente impotente. Me despreciaba a mí mismo.

Este estado no duró semanas o meses; duró años.

Tenía miedo. Sabía: el escritor a veces deja de ser escritor, al igual que el hombre a veces deja de ser hombre”.

Pero volveré a mi idea literaria. Decidí contar lo que dolía más: la causa de los médicos.

Lo que nos pasaba entonces y lo que nos esperaba, se ha repetido en la faz de la Tierra más de una vez. Como una lección para la Humanidad, esta trama aparece en el Antiguo Testamento. Está en el Libro de Ester. Las madres judías habrán contado esta historia millones de veces a sus pequeños, con espanto y alegría.

Con espanto y terror: el malvado Amán, el mayor consejero del Rey de Persia, concibió la idea de asesinar a todos los judíos de su imperio.

Con alegría: ¡Dios no permitió la masacre! La Reina Ester salvó a sus correligionarios, desviando la ira del Rey hacia Amán.

Ahora, de cara a la muerte, a menudo pienso: ¿Por qué los enemigos de los judíos olvidan la sabia leyenda, por qué no llegan a captar su claro mensaje? Aquél que ha decidido aniquilar al pueblo escogido por Dios, pronto perecerá él mismo. En el siglo veinte, quien primero desempeñó el papel de Amán fue Hitler; luego, Stalin. Por supuesto, en el año cincuenta y dos evoqué muchas veces la historia de Ester, tan familiar desde mi infancia, tratando de consolarme con su optimismo. Pero los siniestros rumores parecían demasiado reales. ‘En Moscú ya está construido el patíbulo, donde serán ajusticiados públicamente los asesinos de las batas blancas. Ya se ha trazado un tramo ferroviario al Norte, adónde, en el afán de protegerles de la justificada ira universal, el gobierno enviará a centenares de miles de judíos…’

Así que volví con el pensamiento a aquellos días. Pensé bien el argumento. Visualicé a los protagonistas. Pero de repente sentí: ¡tenía que escribir la obra en yídish!

La comencé. Hice unos cuantos fragmentos importantes. Releí lo escrito. ¡No, no! No era lo que hubiera querido. No era lo adecuado. En una buena obra de teatro cada palabra es como un disparo que da en el blanco, mientras que mis frases patinaban, y mis pensamientos se hundían.

Entendí horrorizado: en el cuarto de siglo transcurrido desde que lo abandoné, mi yídish se había osificado y vaciado de vigor.

No, no me di por rendido. Intenté, como lo había hecho antes con los artículos, que algunas escenas fuesen traducidas al lituano. Luego, corregía interminablemente la traducción. Pensaba que aquello me facilitaría el trabajo. No me salía nada. Ya no era el proceso de redactar – simplemente, comenzaba a reescribir la pieza de nuevo. Y el estilo me salía igual de descolorido que antes.”

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…Resulta que hay un documento, una carta de Y que él, por suerte, no llegó a destruir. Mientras leo la carta, me acuerdo de que a principios de los setenta Y buscaba por todas partes una máquina de escribir con caracteres hebreos. Era otra de sus tentativas de aliviar el penoso proceso creativo. Durante mucho tiempo, las búsquedas no daban resultado. No había sido Y el único, sino que fueron muchos los judíos que, por miedo, se habían deshecho de todo lo que les unía a su propia cultura. Más tarde la doctora Sideraitė le traería una máquina de escribir desde Israel. Antes, sin embargo, Y encontraría una en Moscú.…

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¿Por qué fue enviada la carta? Es la respuesta a una llamada telefónica. Hanna es la mujer que en su tiempo le dejó a Y su máquina de escribir con caracteres hebreos.

2 de agosto de 1977. Y todavía está trabajando en la obra Síndrome de silencio.

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“…A decir verdad, su llamada telefónica me emocionó mucho.

Aquel día almorzaba en una cafetería. Después del almuerzo me quedé, como de costumbre, a charlar con los amigos. Nos contábamos chistes, conversábamos, pero sin llegar a discutir los grandes problemas del mundo. De repente, tuve una corazonada: tenía que levantarme y correr a casa.

¿Por qué? En casa no tenía ningún asunto pendiente. Nadie me estaba esperando. Pero, oí una llamada dentro de mí. Era la llamada de usted.

Apenas abrí la puerta de entrada, sonó el teléfono. Usted dirá: ¡Es mística todo eso! Pues diga lo que quiera. Una cosa semejante me ha pasado muchas veces en la vida. ¡Cosas totalmente inexplicables! Lo que le voy a contar ahora, es de la misma índole… Pero, vamos por orden:

Usted seguramente se fijó en que dejé Moscú emocionado, con un   estado de ánimo festivo. Mi corazón se alegraba. No tenía duda: ¡El único obstáculo para llevar a cabo mi trabajo estaba superado! Ahora, pensaba yo, cuando mi Buen Ángel me ha confiado la milagrosa caja con letras judías, lo único que me queda es ponerla sobre el escritorio, desentenderme de la gente, y en unos cuantos meses transferir al papel aquello que bullía dentro de mí.

¿Por qué pensaba yo así? En la cabeza y en el corazón, la obra de teatro ya estaba lista. El argumento, el conflicto, los caracteres ya estaban elaborados, con todos los detalles. Ya veía escenas enteras, oía las voces de los personajes… Mi larga experiencia literaria me había convencido de que lo más importante era dejar madurar el material.

¡Qué decepción! Mi entusiasmo pronto comenzó a apagarse. Trabajaba cada vez más pesadamente, cada vez más lento. Al principio, no lo quería confesar ni a mí mismo: yo parecía un caballo que llevaba su carga monte arriba con sus últimas fuerzas… Pasó una semana y otra – no había escrito ni una palabra.

Me puse a buscar las causas. Ahora entiendo que no eran causas, sino excusas. Me engañaba a mí mismo, acusando de todo a las circunstancias exteriores.

Así estuve durante mucho tiempo. Un día hice las maletas y me escapé a Bírstonas, un tranquilo balneario rodeado de bosques. Alquilé una habitación con vistas al río Niemen, y otra vez a trabajar. Por fin, escribí unas escenas. Sin embargo, continuaba deprimido.

Hanna, sincera amiga mía: lo que le estoy confesando ahora, no lo sabe nadie, ningún familiar ni amigo. ¿Qué me pasó? A primera vista, nada. He vuelto de Bírstonas. Como antes, llevo horas y horas en mi despacho sin salir. Y mis familiares están seguros: ‘gracias a Dios, a pesar de su edad, él vuelve a trabajar, aplicado y metódico’. Ellos, igual que las otras gentes que me rodean, ignoran lo siguiente: estoy viviendo ahora el período más duro de mi vida creativa – una profunda crisis espiritual.

Le confesaré, querida Hanna, que tengo el alma sumergida en la oscuridad. Estoy desesperado. Lo peor es que no llego a entender la esencia de mi sufrimiento. ¿Por qué me espanta tanto mi actual silencio? Es un fenómeno corriente que pasa, tarde o temprano, a todos los escritores. Yo también ya tuve diversas pausas, que me entristecían y me irritaban, pero que no me rompían el alma como ahora. Siempre había tenido la esperanza de que este estado acabara pronto. Nunca tuve esta sospecha espantosa: todo está perdido, he agotado completamente mi fuente espiritual. Son precisamente estos pensamientos los que me están atormentando ahora. Al escribir una escena, la vuelvo a leer y me llevo las manos a la cabeza. Todo pasa como dentro de la niebla. Los personajes hablan con voces de madera, sus réplicas son muertas, están como envueltos en algodón. Por cierto, recuerdo ya haber tenido antes esta clase de sensaciones, pero era cuando yo mismo no tenía claro qué es lo que quería mostrar. Ahora es al revés: lo tengo todo claro. Y la “masa” que he preparado parece tener gusto y olor. El pan, sin embargo, me sale crudo, poco hecho. ¿Por qué?

Llego a la única conclusión posible: ¡He osado tratar un tema de excesiva envergadura! No tengo las suficientes fuerzas para trabajarlo. Me he   adentrado en un terreno que no es el mío. Querida Hanna, todo esto significa una sola cosa: me falta talento. ¡Sí, sí! El hecho de que hace ya cuarenta años que escriba y me publiquen, evidencia otra cosa: mis capacidades sólo llegan a temas pequeños, problemas banales. Tan pronto intento algo más profundo, grande… ¡Ay!

Y otra cosa. En todas las obras teatrales anteriores yo presentaba gente y hechos que había observado por fuera. Por interesantes que me resultaran, respiraban y existían fuera de mí. Aquí, en cambio, me atreví a pintarme a mí mismo y mis propios sentimientos, como hombre y como judío. Lo más probable es que me haya asustado y confundido.

Dios mío, ¿es todo esto cierto? He llegado por fin a las causas de mi crisis. ¿O es que estoy equivocado?

Hanna, querida mía, no sé nada a ciencia cierta. Sólo sé que mi alma acaba de encontrar cierto alivio. Lo que pasa es que estoy solo. En mi proceso creativo, estoy terriblemente solo. Puede que lo sienta con más agudeza ahora, cuando no soy capaz de trabajar. Le tengo que agradecer, Buen Ángel mío: usted me ha dado la oportunidad de escapar, por un momento, de mi espantosa soledad. Se lo agradezco, Hanna, y le pido perdón por no haberle escrito antes. Ahora espero que usted haya entendido la causa de mi silencio. Esté tranquila: su cajita mágica la tengo sobre el escritorio – me está esperando. Sus letritas judías, estas perlitas, me están guiñando el ojo y me están llamando…

¿Puede ser?

Puede ser que venga una hora feliz en la que se pongan a interpretar su baile. Hanna, si usted cree que hay Dios en el cielo, y que hay una fuerza divina dentro de nosotros y a nuestro alrededor, pídale que me dé salud y paciencia.

Su agradecido Yánkel Yosade.

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De hecho, a estas líneas no hay necesidad de añadir nada más. Quizá, una cosa: al fin y al cabo la crisis se resolvió e Y recuperó su voz. Escribió su obra en lituano. ¿Y el yídish? Un idioma, al igual que una persona, a veces no perdona la traición.

 

DELANTE DE LA PUERTA CERRADA

 

8 de agosto de 1992.

Muchos judíos lituanos no le quieren.

Muchos lituanos no judíos le alaban.

Tanto los unos como los otros le conocen poco.

Y entiende: le hacen interpretar un papel que le es ajeno.

– Unos quieren que yo haga discursos acusatorios, otros esperan los exculpatorios. En cuanto a mí –y usted me conoce– odio los discursos en general. ¿Cuántos he hecho en toda mi vida? ¿dos? ¿tres?                               De hecho, lo que le interesa no es el problema que se podría titular Judíos y lituanos – sobre esto hablamos a menudo– sino la vida de la conciencia nacional, misteriosa y enrevesada. Cualquier conciencia étnico-nacional, sea judía, lituana, rusa, polaca… En los tiempos soviéticos, había una suerte de tabú sobre este tema. “Es estúpido medir la fuerza del sentimiento nacional. Pero, es posible  encauzarla. En su día lo hicieron de una manera genial los fundadores del sionismo….”

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6 de junio de 1995. He releído La puerta cerrada de un portazo, la pieza de Y en que él trabajó durante cinco años, de 1981 a 1984. Me he sumergido en la atmósfera, ya casi olvidada, del elemento nacional, contenido durante un largo tiempo, más bien suprimido. Le digo a Y:

– Esto se parece a la atmósfera de una caldera de vapor, que está a punto de estallar.

– Pero si la explosión ya se ha producido. Como resultado, ha desaparecido un país enorme, la URSS.

 

Cuando el sentimiento nacional está constantemente reprimido, éste se deforma. Como dice el protagonista de la pieza: Quiero engañarme… Y me engaño… Como me engaño diciéndome que nosotros los lituanos somos más trabajadores y más capaces, y en general mejores que los otros… Aunque sé que en mi pueblo hay muchos haraganes y granujas.

Es una lástima que estas piezas de Y no hayan sido escenificadas y publicadas en su tiempo. Quizá habrían emocionado a la sociedad, se habrían convertido en el catalizador de la toma de conciencia sobre problemas candentes. ¿Y ahora, qué? La puerta cerrada de un portazo me parece simplemente el diario personal del autor escrito en forma de diálogo.

En mi propio diario personal, aún en Siberia, hay unas cuantas páginas dedicadas a una mujer judía entrada en años, maestra de música, atormentada por un incomprensible odio a su propio pueblo.

“Los judíos – solía decirme ella – no son nada más que polvo, que se ha acumulado en diversos rincones del mundo. Tarde o temprano la Historia barrerá este polvo”.

El antisemitismo que se puede encontrar entre los judíos mismos, no es tan misterioso o incomprensible como podría parecer. Es una reacción antinatural, pero bien comprensible, de una persona acorralada por las circunstancias. Un día, esta persona se aparta de su nación y empieza a odiar a los suyos (que supuestamente son culpables de sus interminables desdichas), hasta que a veces, en una extraña abstracción dentro de este sentimiento, llega a odiarse a sí misma.

El destino de Berta Naúmovna fue amargo. Por odio a ser judía, un día dejó de salir de su casa. Luego ya no pudo mirarse en el espejo: no podía ver su propia cara. Una cara judía normal y corriente.

…Resulta que este fenómeno de antisemitismo judío le es bien conocido a Y. Es lo que atormenta a sus personajes.

“No soy judía. ¡No soy judía! ¿Oyen ustedes? Por eso, les exijo… No quiero ni la más mínima alusión… Que me odien y me castiguen… por pecados que no son míos. ¡No tengo absolutamente nada que ver con ellos, ningún vínculo!”

Es María, la esposa del protagonista. ¡Ay, qué vergüenza siente hacia su nombre verdadero, Myriam! ¡Ay, cómo quiere ser una lituana de pura cepa! Su biografía está fuera de la obra teatral. Es fácil de suponer: de niña, seguramente fue salvada durante la guerra por cristianos; quizá permaneció en un escondite. O quizá vivió legalmente con documentación cristiana…   Seguramente, Y encontró a María-Myriam en la vida real, ¿tal vez en su propia calle?

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El antisemitismo corroe las almas de los hijos del protagonista. Es el mismo círculo vicioso. El hijo lleva varios años consecutivos intentando ingresar en la Facultad de Medicina, siempre sin ser admitido ¡como es lógico en la época soviética! Al principio odia al profesor antisemita. Luego comienza a avergonzarse de su apariencia, de su nariz aguileña y de su propia madre: – A ver, miremos el espejo… Si no me parezco a ti, entonces ¿a quién me parezco?

Hay otra cosa que también le atormenta:

–… ¿Por qué tengo que callar sobre esto? ¿Por qué no se lo puedo contar ni a mi familia, a mi gente más próxima?

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12 de setiembre de 1995. Sí, la pieza de Y es como declaración de testigos. Aquí se han plasmado ciertos procesos psicológicos. ¿Es exacto Y? Sin duda. Ahora me he encontrado con el mismo fenómeno. V., niña de una familia mixta, me dice uno de estos días:

– ¡Qué horroroso es esto de ser judío!

 

LOS ESCONDITES

 

Trato de reconstruir una de las preocupaciones de Y que le atormentó a lo largo de muchos años:

Haga lo que haga, paseando por su propio piso, comprando algún mueble, Y siempre se enfrenta a la misma pregunta: ¿Aquí, se puede hacer un escondite? Uno que sea sencillo y cómodo, pero – antes que nada – seguro.

Y se pone en el lugar de un agente de la Seguridad. Supongamos que éste entra en la vivienda. Empieza a buscar. ¿De entrada, qué le atraerá la atención? ¿Qué sospechas acudirán a él?

De una vez para siempre, Y determina los lugares en los que sería una estupidez esconder algo: el garaje, la terraza, el trastero, el sótano, los respaldos de sofás y sillones, los tarros de cereales… ¡Es en ellos donde hace escondites todo el mundo!

Por cierto, es importante precisar: ¿Qué se quiere esconder y por cuánto tiempo?

– Hubo una época, en los años setenta, en la que cada día escondía la máquina de escribir con letras hebreas. Pero la escondía, por decirlo así, de manera superficial. Después de teclear una horita o dos, la apartaba de los ojos indiscretos – esta vez, no de los empleados del KGB, sino de algunos amigos míos que pudieran ser agentes de esta misma institución. Así evitaba las posibles preguntas, rumores o denuncias del tipo “Yosade es un sionista”.

Otra cosa es un manuscrito. El mejor lugar para esconderlo es en medio de otros papeles. Por ejemplo, en una carpeta de doble tapa. Otro consejo para mí mismo: las páginas más peligrosas y comprometedoras se pueden eliminar – al fin y al cabo, más tarde las puedo recuperar, ya que las tengo guardadas en la memoria.

Un factor muy importante son las características de la época en que está uno viviendo. Durante quince años estuvo Y escondiendo sus apuntes autobiográficos. Cualquier cambio en el Kremlin o en la dirección del KGB, Y lo contrastaba con su trabajo “ilícito”: ¿Hay que volver a esconderlo de nuevo? ¿No sería mejor destruirlo?

Inventaba cada vez nuevos escondites. Cambiaba el manuscrito de lugar. Obligaba a hacer lo mismo a su esposa, cuando él estaba de viaje o en un balneario.

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Recuerdo cómo acabé la pieza Síndrome del silencio. Me dije: “No puedo guardar un texto así en mi piso. Tengo que esconderlo con especial cuidado – y fuera de casa”.

Pero ¿adónde, a quién se lo doy? Paso mucho tiempo pensando, analizando a todo mi entorno. De repente, caigo en la cuenta de que uno de mis amigos es informador del KGB. ¿Me puede perjudicar esto? Claro que sí. Sin embargo, decido: ¡Es él precisamente quien me ayudará!

Le invito a mi casa, junto con su mujer y les leo la pieza. Luego sigue la cena y una charla distendida. Es entonces cuando les digo:

– Ya vemos, amigos, qué criatura he dado a luz. Es peligroso que estemos juntos, mi obra y yo. Puesto que soy un escritor judío, no se sabe qué acontecimientos pueden pasar. ¿Y si hay un registro en mi casa? En una palabra, ¿no me podrías sacar de este apuro y llevarte el manuscrito? Tú – le digo al agente del KGB – no estás relacionado con la cultura judía; a nadie se le ocurrirá buscar una cosa así en tu casa.

Mi cálculo fue preciso. Él ya se sentiría incómodo diciéndome que no. ¿Había riesgo de que me delatara? Pues no. Yo le había avisado claramente que él era el único que tenía noticia de la obra.

Mi pieza siguiente del ciclo judío, Las puertas cerradas de un portazo, también se la di a guardar a él. Fue mi escondite más original y más seguro.”

 

“¿ACASO ES IMPORTANTE EN QUÉ IDIOMA ESCRIBIR?”

 

Así se lleva persuadiendo Y durante años. Sus razones son éstas:

– Para cualquier pueblo, sin excepción alguna, el idioma es la base de su existencia y de su cultura, y la esencia de su principio nacional. ¿Y para los judíos? ¡Es diferente! A lo largo de miles de años, hemos ido cambiando de lengua. Y ha resultado que el idioma para nosotros no es lo más importante. Un escritor judío, lo que lleva en sí programado no es su lengua sino la historia de su pueblo.

–… ¿Usted quiere decir que, al “irse” a la literatura lituana, siguió siendo un escritor judío?

– ¡Pues claro! Me quedé judío.

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– “¡Hay algo especial en la manera de un escritor judío de ver el mundo!”

Lo que cabe destacar es que no es Y quien pronuncia estas palabras, sino un crítico literario amigo suyo, un lituano no judío.

Éste, sentado en el sillón, va aportando más y más argumentos a su idea y finalmente le propone a Y:

– Yosade, tienes una extensa biblioteca. Si quieres, hagamos un experimento. Abre cualquier libro y déjame leer un breve fragmento. Uno muy breve, para que yo no pueda adivinar quién es el autor. Lo que sí adivinaré es otra cosa: si el autor es judío o no.

Recordando aquella tarde, Y confirma que la idea no tuvo desperdicio.

– Yo iba sacando de la estantería un libro tras otro. Él leía… tres, cuatro, seis líneas. Imagínese. ¡No se equivocó ni una sola vez!

Y añade, después de una pausa:

– Usted habrá entendido: mi amigo era “un poquito antisemita”. Nos encontrábamos a menudo. Fuimos interesantes el uno para el otro. Pero dígame, por favor, ¿en qué, al fin y al cabo, difiere de los otros la visión del mundo de un escritor judío? (10 de diciembre de 1990).

 

EL ÚLTIMO JUDÍO

 

Y habla mucho sobre este tema.

El tema, por supuesto, no se reduce a la historia de la obra de teatro que al principio llevaba precisamente este nombre, pero luego cambió de título y pasó a llamarse Un salto a lo desconocido.

 

“Cuando pasé tres meses en Israel, tuve la impresión de que allí estaba naciendo una nueva nación, los israelíes. Hasta entonces, durante milenios, habíamos sido judíos. Ahora, quien vivirá en Israel, serán los israelíes… Es una diferencia de principio.

Sí, en la historia de los judíos comienza una nueva era. Había que escribir sobre esto… El nacimiento de un nuevo pueblo, al igual que el nacimiento de un ser humano, siempre es un drama”.

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Aquí hay muchas ideas que no comparto con Y, aunque ello no tiene ninguna importancia para nuestro trabajo.

–… Usted se sorprenderá: mi protagonista es antiisraelí. Israel representa para él una tragedia. ¿Es paradójica esta idea? Sí, la paradoja es amarga. Él está contra los israelíes, pero… en aras del principio judío y la mentalidad judía. ¿Qué quiere decir esto? Que para el protagonista, lo que más importa es la justicia, el espíritu de los Diez Mandamientos.

– ¿Es que en Israel no hay justicia?

– ¡Claro que no! En ninguna parte del mundo hay justicia. En ningún país. Y ahora el pueblo de Israel se está convirtiendo en un pueblo como todos los demás.

– ¿Y el judío que vive en la diáspora, tantas veces insultado y humillado, será el portador de la justicia?

– ¡Claro que sí! Precisamente a fuerza de una constante humillación a lo largo de milenios, los judíos hemos desarrollado el sentimiento de la justicia. Ser sus portadores se ha convertido en nuestra misión. Es por eso que los judíos hemos alcanzado tantos hitos. Por supuesto, el Catolicismo y otras religiones también abogan por la justicia. Pero ésta, insisten, lo más a menudo llega después de la muerte. En cambio, los judíos siempre han planteado la cuestión del triunfo de la justicia hoy, ahora. Por esta precisa razón hemos luchado y luchamos por ella. Desgraciadamente, a veces en el proceso de la lucha se tergiversa esta misma idea… Así ocurrió durante muchas revoluciones, como también en el período de la “construcción del comunismo”. Pero hablando en general, el sentimiento de la justicia lo llevamos en la sangre, por decirlo así.

¿E Israel? Allí nos encontramos con un mundo cruel. Igual que en los Estados Unidos. Como en casi cualquier otro país, e incluso más. En el Próximo Oriente está presente el factor de la fuerza. A menudo, allí el judío no tiene qué escoger: en contra de él siempre está el árabe, dispuesto a matarle. Pero volveré a subrayar: los que viven allí no son judíos, son israelíes.

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La teoría de Y, por cierto, carece de originalidad. ¿Lo sabe él? De todos modos, no quiero impedir que desarrolle sus ideas.

Hablándome sobre su futura obra, Y ha olvidado que han pasado casi sesenta años desde que él hizo la primera contraposición de los conceptos: el judío en la Diáspora y el judío que vive en un estado nacional propio. Encuentro fácilmente en mis apuntes el siguiente monólogo suyo:

“Qué lejanos están ahora las discusiones y los conflictos que abundaban en los años de preguerra en el medio judío. Recuerdo una de aquellas “discusiones eternas” entre los que hacían renacer la lengua antigua de los hebreos y los que le contraponían el idioma de la Diáspora, el yídish. Es lógico que aquellos que soñaban con crear un estado propio en Palestina quisieran unir a su gente mediante un idioma común, que era el hebreo.

Me encontré con este problema cuando todavía era estudiante de secundaria. Yo ya había decidido ser escritor judío. Pero, para mi desilusión, en todo el vecindario no había ningún centro con el yídish como idioma de la enseñanza. Tanto en Kalvaría como en las localidades vecinas sólo los había en hebreo. De todos modos, en el colegio todos sabían que yo no participaba en las actividades de la organización sionista y, aparte de eso, escribía relatos en yídish. Pero, hasta cierto momento esto no interesó a nadie.

Hasta que a finales del sexto grado83 tuvimos que escribir una composición. El tema estaba guardado en secreto. Al llegar por la mañana a clase, supimos cuál era. Éste fue formulado aproximadamente así: “¿Qué quisiera hacer yo por mi pueblo?”

Nos dieron tres horas. Hice unas ocho páginas. No sé qué me empujó a decir la verdad, tal como pensaba. Mi vida, confesé, se dedicaría a la afirmación  de la lengua y la cultura yídish; por lo tanto, objetivamente, a la lucha contra el Sionismo.

Al cabo de dos o tres días, entraron en la clase el director del colegio y el profesor de literatura, y procedieron a entregarnos nuestras composiciones. Escucho:

– ¡Yosade, levántese! Aquí tiene su trabajo. “Sobresaliente” por el idioma y “suspenso” por el contenido.

Ningún comentario. Yo también callo. Antes de marcharnos todos a casa, me citan con el director. Éste me dice con franqueza:

– Usted sabe escribir, no hay duda. Por eso tiene el sobresaliente. Pero piense: ¿Tiene usted el derecho moral de estudiar en nuestro colegio? – El director añade: – El colegio mismo existe principalmente gracias a las donaciones de los sionistas. No le suspenderemos, pero le ruego, Yosade, que el próximo curso cambie de colegio.

Cuando se lo cuento todo a mi padre, en casa se arma un escándalo. ¿Qué hacer? Soy yo mismo quien encuentra una solución. El colegio yídish más cercano está en Úkmergė84, adonde finalmente mis padres me envían a estudiar.”

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– ¿Así que su personaje cree que el duro camino de los judíos en la Diáspora ha sido necesario?

– Él no quiere que desaparezcan los resultados de las búsquedas que han durado miles de años. Nuestros antepasados iban en pos de la justicia, cultivaban una espiritualidad auténtica. ¡Cuántos genios dieron ellos al mundo en este camino!

– ¿Así que su personaje exculpa a los enemigos de los judíos? Las persecuciones de la Inquisición, los horrores de la Segunda guerra mundial…

– En cierto sentido, cree él, esto ha sido necesario. Incluso Auschwitz.  Max llegará en sus cavilaciones al absurdo. ¡Es entonces cuando se convertirá en un auténtico héroe! Un Don Quijote. Tendrá muchos enemigos. ¿Acaso sus reflexiones no tienen un aspecto un tanto horroroso? ¿Y qué? ¿No nos han odiado y odian precisamente a causa de nuestra búsqueda de la justicia y de nuestro trabajo espiritual?

En una palabra, mi protagonista es el último judío. Un título perfecto, ¿no? Escribo sobre la decadencia del ideal judío, lo que constituye nuestra verdadera tragedia.

Será una pieza terrible. Claro está, si me da tiempo acabarla.

– Pero volvamos a su propia vida. Tanto su personaje como usted han perdido algo de sí mismos en algún aspecto. Han escondido su pertenencia al pueblo judío. Han destruido su talento. Y ahora, reflexionando sobre estas pérdidas, han entendido mucho, y no sólo en relación a sus propias interioridades…

– ¿Esto es así? No lo sé. Sé otra cosa: todos se ríen de la justicia, y en cambio la Humanidad no sobrevivirá sin ella.

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En la versión final de la pieza, estas reflexiones de Y casi han desaparecido de la obra. De todos modos, leyéndola, escucho la voz de Y, para después encontrar coincidencias casi literales en mis apuntes:

“…Los he encontrado por doquier, en las calles, en las plazas, a cada esquina. Jóvenes de ambos sexos con armas automáticas en las manos. No eran tan bajitos como hubiera supuesto, sino altos y musculosos. Sin ellos, Israel no habría existido hoy día. El culto a la fuerza está presente en todas partes.”

En cambio, Y sigue queriendo ver a los judíos como en las telas de Marc Chagall, volando en sus sueños por encima de las calles.

 

Y otra vez: “Los israelíes son otra nación. Aquéllos ya no son judíos…” O quizá todo es más sencillo, y él habla de ello con un único objetivo, el de justificar su propia vida. Tal como le ha salido. Es difícil morir con la idea de que has estado equivocándote.

 

EL HOMBRE Y LOS OBJETOS

 

Como salió del seno de su madre, desnudo, así se volverá yéndose como vino… (V, 14). Como salió él desnudo de las entrañas de su madre, así abandona él este mundo (V, 14).

A la luz de la muerte, Y repite en distintas versiones estas palabras del Eclesiastés. ¿Qué son entonces para él los objetos? ¿Por ejemplo, los muebles antiguos, que durante medio siglo Y ha ido reuniendo en su casa?

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EL AURA. Escucho el ciclo de sus relatos orales (uno de los cuales, por cierto, ha sido publicado en el diario Lietuvos Rytas). Y afirma que los objetos crean un aura especial, en la cual él sabe sumergirse.

He aquí una gran mesa: en ella, Y ha trabajado muchos años. La mesa fue comprada hace tiempo en el mercado principal de Vilnius. El vendedor le explicó:

– La mesa perteneció a mi vecino judío, que era sastre. Le recuerdo siempre canturreando… Hasta que murió en el gueto.

Esta historia se parece a la del sofá, traído desde la misma Kalvaría:

– Lo vi en una casa. Y lo reconocí. El sofá había estado antes en la habitación de un amigo íntimo mío, con quien compartíamos el pupitre en el colegio. Sentados en este sofá, él me enseñaba a fumar. Durante mucho tiempo no pude reconciliarme con el hecho de no haber sabido casi nada de su muerte durante la guerra. ¿Y el sofá? Conseguí que me lo vendieran.

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En cuanto a los otros relatos, es bien probable que Y simplemente los haya inventado, como la historia de un pequeño escritorio del siglo XIX… o la de una silla con escudos heráldicos… o la de un balancín… o la de una mesita de nogal hecha con una sola madera… Aparte de un argumento concreto, en estos relatos está presente un motivo importante para Y: las cosas fueron compradas por él por casualidad, por un precio ridículo – o encontradas en el vertedero. Así que, aparte de ser historias sobre objetos, siempre resultan ser relatos sobre Y mismo: su ingeniosidad, su inventiva, su refinado sentido estético.

Lo que es indudable es otra cosa: Y siente la respiración de cada objeto, su “carácter”.

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…¿Qué es ese anillo de ámbar que Y lleva en el dedo meñique? ¿Un signo “aristocrático”? Lo más probable, creo, es que el ámbar le ayude a concentrarse, a desplazarse hacia otra época.

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Los objetos como símbolo de una vida perdida.

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EL ABRIGO DE PIEL. “Después de la guerra, estuve en Kalvaría con el afán de encontrar las sombras de mis familiares. Un día llamé a la puerta de la casa de una mujer cristiana. Había trabajado en la fábrica de mi padre, tanto tiempo que ni siquiera recuerdo cuánto. Entre ella y nuestra familia se había creado un vínculo especialmente estrecho. Desde la infancia recuerdo que cada viernes esta mujer venía a hacer la limpieza, antes de la llegada del Sábat.

Así pues, yo no tenía ninguna duda de que ella debía saber algo sobre el trágico destino de mi familia, sobre aquel par de meses que tuvieron que soportar antes de ser fusilados el 30 de agosto de 1941.

Al acabar la guerra, debía de tener entre sesenta y sesenta y cinco años. Vi delante de mí una cara grisácea y agotada. En casa, aparte de ella, en aquel momento no había nadie: su marido ya había muerto, y su hija había salido por algún encargo.

La mujer insistía en invitarme a un té. “No, no, no quiero nada, sólo que me cuente…” Algún detalle sí que supe de su propia mano. Por ejemplo, como, por las noches, les llevaba pan o algún otro alimento…

En medio de su relato, una vecina la llamó para que saliera al zaguán de la casa. ¿Qué hizo que me levantara de la silla en aquel momento – y abriera de repente la puerta del armario?

Vi enseguida el abrigo de piel de nutria de mi hermana. Y de golpe cerré la puerta. Repito, ni yo mismo entendí por qué lo hice. Puede que aquella mujer estuviera pensando todo el rato en el abrigo de piel que tenía en el armario: “¡válgame Dios!, que no se entere…”. Y que yo hubiera captado extrañamente su pensamiento.

Cuando ella volvió, nuestra conversación se apagó. Pronto me despedí de ella”.

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Y ve a menudo este abrigo de piel delante de él. Para él ni siquiera tiene importancia cómo este objeto de su hermana fue a parar a un armario ajeno. Podía haber sido regalado, o haber sido cambiado por alimentos. “Lo importante es que fuera un objeto de aquella otra vida que ya no existe”.

 

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